Si perseveran con paciencia, salvarán sus almas (cf. Lc 21,5-19)
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La gente admiraba la solidez y la belleza del templo. Y esto estaba bien, porque era realmente hermoso. Pero para que no se quedaran solo en eso, en lo material y pasajero, Jesús les invita a ver más allá, anunciando que de toda esa grandeza no quedaría nada. Y así sucedió; ese magnífico templo fue destruido por las tropas romanas en el año 70.
Y es que nada en este mundo dura para siempre; ni la juventud, ni la belleza, ni el placer, ni el dinero, ni el éxito, ni el poder. Tampoco son para siempre las enfermedades, las penas, los fracasos y los problemas. Todo se pasa. Todo se termina. Por eso san Gregorio dice que sería insensato el viajero que, dejándose deslumbrar por el paisaje, se olvidara del término de su camino[1].
Sí, somos viajeros. Y hay que avanzar teniendo delante la meta: el encuentro con Dios, en quien seremos felices por siempre. Así, fijando la mirada en la meta, podremos seguir adelante, sin dejarnos enganchar por las seducciones y las penas del mundo. Es lo que Jesús enseña cuando nos invita a perseverar para salvar nuestras almas, confiando en que él nos echará la mano.
Con su ayuda, como dice el Papa, superamos el terror y la desorientación que nos provocan las guerras, la violencia y las calamidades, sabiendo que Dios nunca nos abandona[2]. Él está siempre con nosotros, incluso cuando enfrentamos la peor de las batallas: la lucha contra nuestras malas pasiones. Porque como dice san Ambrosio: “son más terribles los enemigos de dentro que los de fuera”[3].
Aunque parezca que el mal gana la batalla en nuestra vida, en casa y en el mundo, un día Jesús volverá para poner orden[4]; derrotará definitivamente al mal y la muerte, y hará triunfar para siempre el bien y la vida[5] ¡Esa es la esperanza que nos anima a no ser una carga para los demás y a trabajar para construir una familia y un mundo mejor[6]!
No seamos una carga para nosotros mismos, abandonándonos al egoísmo, al pecado y al desánimo. No seamos una carga para la familia, negándonos a comprender, a convivir y a perdonar. No seamos una carga para los que nos rodean, renunciando a respetarlos y a ser justos y solidarios. No seamos una carga para este mundo al no interesarnos por nadie y al no cuidar el medioambiente.
¡Trabajemos! Echémosle ganas a nuestra vida, a nuestra familia, a nuestros ambientes de vecinos, de escuela, de trabajo, de Iglesia, a nuestra sociedad y a nuestra tierra. Que nada nos distraiga. Permanezcamos atentos[7], con la ayuda de la Palabra de Dios, de sus sacramentos, de la oración y haciendo todo el bien que podamos. Así alcanzaremos la meta que no se acaba.
+Eugenio A. Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. Sobre los evangelios, homilía 14, 6.
[2] Cf. Ángelus, 13 de noviembre de 2016.
[3] Catena Aurea, 11109.
[4] Cf. Sal 97.
[5] Cf. 1ª Lectura: Mal 3,19-20.
[6] Cf. 2ª Lectura: 2 Tes 3,7-12.
[7] Aclamación: Lc 21,28.

