Hoy tengo que hospedarme en tu casa (cf. Lc 19,1-10)
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A Zaqueo le iba bien; era jefe de los recaudadores de los impuestos que los judíos debían pagar al Imperio romano que los dominaba. Esto le daba la oportunidad de ganar mucho dinero. Y también le daba poder, del que seguramente se aprovechó para enriquecerse aún más. Pero no se sentía satisfecho. Por eso, cuando Jesús llegó a su ciudad, esperando que en él podría encontrar lo que buscaba, trató de conocerlo, superando muchos obstáculos, físicos, emocionales, sociales y espirituales.
Pero si reflexionamos, nos daremos cuenta que en realidad la iniciativa, más que de Zaqueo, fue de Dios, que es misericordioso[1]. Porque fue Dios, que nos ha creado y nos ama a todos[2], quien, al ver que perdimos el rumbo al pecar, se hizo uno de nosotros en Jesús para venir a nosotros y salvarnos[3]. Y fue precisamente Jesús quien viajó a Jericó y al mirar la disponibilidad de Zaqueo tomó la iniciativa de llamarlo y entrar en su vida para salvarlo.
Así es Dios. Siempre toma la iniciativa. Nos “primerea en el amor”, como dice el Papa[4]. Basta que vea en nosotros un poco de buena voluntad, y entra en nuestra vida para llenarla de su amor, que la hace plena y eterna. Lo hace a pesar de nuestras fallas, de nuestras caídas y de nuestra obstinación. Lo hace, aunque estemos muy mal. “Dios –comenta san Ambrosio– no rechaza a quienes ve, porque purifica a quienes mira”[5].
“Jesús –señala el Papa– va más allá de los defectos para ver a la persona; no se detiene en el mal del pasado, sino que divisa el bien en el futuro”[6]. Él sabe que lo que hicimos ya no lo podemos cambiar, pero que con su ayuda podemos llevar a término nuestros buenos propósitos y escribir una nueva historia[7].
No dejemos que los vicios, las personas, las ideologías o las modas nos impidan ver a Jesús. Superemos, como dice san Cirilo, esa confusión[8] ¡Así tendremos la alegría de recibir al Señor, que viene a nosotros a través de su Palabra, de sus sacramentos y de la oración! Entonces, como Zaqueo, saldremos de la estrechez del egoísmo y se ensancharán nuestros horizontes. Porque como dice san Juan Pablo II, a la luz de Cristo nos damos cuenta de los demás y de sus necesidades, y de la justicia[9].
Ante Jesús, Zaqueo, de pie, es decir, liberado del egoísmo, tomó con dignidad esta gran decisión: que a partir de ahora daría y restituiría. Eso es importante. No basta decir: “ya cambié, ya mejoré”. Hay que demostrarlo siendo sensibles a los demás y echándoles la mano, compartiendo con los que necesitan y restituyendo a los que hemos defraudado. Porque como dice san Ambrosio: “no consiste el crimen en las riquezas, sino en no saber usar de ellas”[10].
Hay que saber compartir con los más necesitados los talentos y los bienes que hemos recibido. Hay que ayudarles a tener una vida digna, a realizarse, a encontrar a Dios, a ser felices. Y hay que saber restituirle a la familia, a los amigos, a los compañeros y a la gente con la que tratamos el tiempo, la comprensión, el respeto, el cariño, la justicia, la paciencia, el trato digno, la solidaridad, el testimonio y el perdón que les hemos defraudado. Entonces el Señor podrá decir de nosotros: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”.
+ Eugenio A. Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. Sal 144.
[2] Cf. 1ª. Lectura, Sb 11,22-12.2.
[3] Cf. Aclamación: Jn 3, 16.
[4] Cf. Evangelii gaudium, 24.
[5] De interpellatione David, IV, 6, 22: CSEL 32/2, 283-284.
[6] Misa de clausura de la JMJ, Cracovia, 1 de julio de 2016.
[7] Cf. 2ª Lectura: 2 Tes 1,11-2,2.
[8] Cf. Catena Aurea, 10901.
[9] Cf. Homilía en Elk, 8 de junio de 1999.
[10] Catena Aurea, 10901.