Si quieres ser perfecto (cf. Mc 10, 17-30)
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Todos queremos realizarnos y ser felices. Y deseamos que esto dure para siempre ¿Verdad? También el chavo del que nos habla el Evangelio aspiraba a lo grande. Por eso, cuando vio a Jesús, corrió hacia él y de rodillas le preguntó: “Maestro bueno ¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna?”. Así le pedía esa sabiduría que es preferible a la riqueza, a la salud y a la belleza, ya que su resplandor no se apaga y con ella se alcanzan los verdaderos bienes[1].
Entonces Jesús le echa la mano. Para eso comienza haciéndole ver quién es él. Jesús no es un filósofo más o un líder moral entre muchos, sino Dios; la bondad y la sabiduría misma; el Creador de todas las cosas que, por amor, se ha hecho uno de nosotros para salvarnos y mostrarnos el camino de la vida; una vida que, como dice el Papa: “no es sólo la vida del más allá, sino que es la vida plena, realizada, sin límites”[2] ¿Cómo se alcanza esa vida? Siguiendo sus Mandamientos.
Por eso Jesús le dice al joven: “Si quieres entrar en la vida, guarda los Mandamientos”, a lo que él responde que los ha guardado desde pequeño, como diciendo: “¿Qué más me falta?”. Y es que frente a Jesús, aquél chavo descubre que, como dice san Beda: “no es suficiente la observancia de la Ley para los que desean ser perfectos”[3] ¡Jesús vino a llevar los Mandamientos a su plenitud!
Entonces, mirándolo con amor, Jesús responde a su deseo; lo invita a seguirlo por el camino de un amor perfecto, dando el primer paso: compartir sus riquezas con los más necesitados. Así le hace ver, como dice Teofilacto, que “hay que usar de las riquezas en lo que es necesario y útil”[4]. Y nada más necesario y útil que invertirlas en las personas.
Sin embargo, al oír esto, el chavo, que era bueno, se entristeció y se fue apesadumbrado. Le tiraba a lo grande, pero sus riquezas, como un ancla, no le permitieron seguir adelante. No estuvo dispuesto a compartir. Se quedó con sus cosas, pero se quedó triste ¿Qué le faltó? Comprender que para recorrer el camino del amor perfecto necesitamos la ayuda de Dios, cuya Palabra es viva y eficaz[5].
Es lo que Jesús hace ver a los discípulos cuando les dice que para Dios todo es posible. Sólo él puede ayudarnos a liberarnos del egoísmo y convertirnos de la codicia a la caridad, como dice san Beda[6]. Comprendiéndolo, acudamos al Señor que nos sale al encuentro en su Palabra, sus sacramentos y la oración, y supliquémosle: “Enséñanos a ver lo que es la vida”[7]. Él puede ayudarnos a tener clara la meta, a entender que este mundo es transitorio[8], y a dar a cada cosa su lugar. Él puede darnos la fuerza para estar dispuestos a compartir lo que somos y tenemos con los demás.
¿Y qué es lo que tenemos? ¡Tantas cosas! Vida, tiempo, sensibilidad, inteligencia, capacidad de amar, conocimientos, experiencias, fe, algunos bienes. Compartámoslos con la familia, con los amigos, con los compañeros de escuela o de trabajo, y con los más necesitados, para ayudarles a tener una vida digna, a realizarse, a encontrar a Dios y a ser felices. Entonces alcanzaremos la vida por siempre feliz que sólo Dios puede dar.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. 1ª Lectura: Sb 7,7-11.
[2] Ángelus, Domingo 11 de octubre de 2015.
[3] In Marcum, 3, 40.
[4] Catena Aurea, 7017.
[5] Cf. 2ª Lectura: Hb 4,12-13.
[6] Cf. In Marcum, 3, 40.
[7] Cf. Sal 89.
[8] Cf. Aclamación: Mt 5, 3.