Esfuércense por entrar por la puerta, que es angosta (cf. Lc 13, 22-30)
…
A veces nos dejamos encandilar por propuestas muy atractivas que nos hacen creer que podemos lograr muchas cosas sin esfuerzo. Pero la realidad enseña que eso no es posible. No se baja de peso sin dieta y ejercicio. No se aprende sin estudiar. No se gana dinero lícitamente sin trabajar. No se construye un matrimonio, una familia y una sociedad sin poner de nuestra parte. No se conserva el medioambiente si no lo cuidamos. No se alcanza la eternidad si no le echamos ganas.
Eso es lo que Jesús nos hace ver cuando aclara que la puerta que conduce a la vida por siempre feliz, que es él mismo, es angosta. No nos engaña. Nos dice las cosas como son. Así nos ayuda a corregirnos de caer en falsas promesas que no llevan a nada. Y aunque de momento no nos guste esta corrección, es por nuestro bien[1].
La puerta es angosta. Por eso, para cruzarla, es decir, para unirnos a Jesús y entrar en comunión con Dios, necesitamos adelgazar; sí, adelgazar nuestro egoísmo, que nos hincha cada vez más al inventarnos nuestra propia verdad, al darle al cuerpo todo lo que pide, y al usar y desechar a los demás. Así, más ligeros, podremos entrarle al amor a Dios y al prójimo. Un amor que debe aterrizarse.
Hay que amar a Dios, dejándonos amar por él a través de su Palabra, de sus sacramentos y de la oración. Así, llenos de su amor, seremos capaces de amar y de hacer todo el bien que podamos a los que nos rodean; la familia, los vecinos, los compañeros de escuela o de trabajo, la gente con la que tratamos, los más necesitados, los migrantes, los que sufren.
Quizá no lo hayamos hecho. Pero nunca es tarde para entrar por la puerta angosta, porque, como dice el Papa, esa puerta siempre está abierta[2]. Hagámoslo ahora que todavía es tiempo. Porque cuando llegue el final de esta peregrinación terrena, el Señor la cerrará y ya no habrá otra oportunidad. Y si nos quedamos afuera, lamentaremos eternamente lo que perdimos por no haber hecho lo que debíamos.
Dios nos ama a todos y quiere que todos nos unamos a él y alcancemos la vida por siempre feliz para la que nos ha creado[3]. Por eso, aunque le fallamos, por su gran amor hacia nosotros[4], envió a Jesús para liberarnos del pecado, darnos su Espíritu, hacernos hijos suyos y abrirnos la puerta de su casa, donde seremos eternamente dichosos.
Él lo ha hecho todo por nosotros y nos lo ofrece todo ¡Decidámonos a entrar por la puerta del amor, que es angosta! Que el esfuerzo no nos espante. Como aconseja san Juan Crisóstomo: no miremos tanto si la entrada es estrecha, sino a dónde conduce[5].
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
_____________________________________
[1] Cf. 2ª Lectura: Hb 12,5-7.11-13.
[2] Cf. Domingo 21 de agosto de 2016.
[3] Cf. 1ª Lectura: Is 66,18-21.
[4] Cf. Sal 116.
[5] Cf. Homilías sobre el Evangelio de San Mateo, Homilía 23, 5-6.