He venido a traer fuego a la tierra (cf. Lc 12, 49-53)
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La vida es una carrera al cielo, ¡la casa del Padre!, en quien seremos por siempre felices.
Y si queremos llegar a la meta, hay que hacer lo que aconseja la carta a los Hebreos: correr con perseverancia, dejar el pecado que nos estorba, y seguir a Jesús, quien, en vista del gozo que se le proponía, aceptó la cruz, y ahora está con Dios[1].
Él ha llegado a la meta. Y es tan bueno que no solo nos muestra el camino, sino que lo ha construido para nosotros, encarnándose y amando hasta dar la vida para liberarnos de la carga del pecado, unirnos a su cuerpo la Iglesia, darnos la fuerza de su Espíritu y hacernos hijos de Dios.
Además nos acompaña y nos enseña cómo recorrer este camino: amando a Dios y al prójimo. Sin embargo, a veces esto no nos agrada, porque nos saca de nuestra comodidad. Y es que tendemos a instalarnos en nuestro egoísmo, en nuestras ideas, en darle al cuerpo lo que pida, en nuestros rencores y envidias. Y oír que así no se avanza, molesta, como sucede al atleta cuando el entrenador le advierte: “Así no se hace”.
Esto fue lo que le pasó al pueblo de Israel con las advertencias que le hacía el Profeta Jeremías. Por eso los jefes decidieron matarlo para que no los siguiera incomodando diciendo cosas que nos les gustaba escuchar, aunque fueran la verdad[2].
Jesús, que nos ama, no nos da por nuestro lado, sino que nos enseña lo que es realmente bueno para nosotros; lo que nos ayuda a vivir bien en esta tierra y a alcanzar la vida por siempre feliz del cielo ¡A eso vino! Por eso dice: “He venido a traer fuego a la tierra, ¡y cuánto deseo que ya estuviera ardiendo!”
Él ha venido a traernos el fuego del amor, el Espíritu Santo, que hace posible una vida plena y eterna, porque nos purifica del pecado y nos hace capaces de amar. Y desea que ese Amor arda en nosotros para que nos hagamos prójimos de los demás, especialmente de los necesitados, de los migrantes, de los que sufren, como dice el Papa[3].
Claro que esto nos va a costar. Por eso Jesús advierte que ha venido a traer la división. “En adelante –dice–, de cinco que haya en una familia, estarán divididos tres contra dos y dos contra tres”. San Ambrosio explica que esto significa que nuestros cinco sentidos combatirán cuando, iluminados por el Espíritu Santo, procuremos actuar racionalmente[4].
Sí, tendremos que luchar contra sentirnos más que los demás y utilizarlos como si fueran objetos; luchar contra encerrarnos en nuestro mundo y dejar que cada uno se las arregle como pueda; luchar para darle menos tiempo a las diversiones y a las redes sociales, y dedicarle más a la familia; luchar para tratar bien a los demás, aunque ellos no lo hagan; luchar para decirle “no” a la mentira, a los chismes, al bullying, a la injusticia, a la corrupción y a la violencia.
Pero si acudimos a Dios a través de su Palabra, de sus sacramentos y de la oración, él nos echará la mano para asegurar nuestros pasos en el camino al cielo[5]. Con esta confianza, ¡sigamos adelante!
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. 2ª Lectura: Hb 12,1-4.
[2] Cf. 1ª Lectura: Jr 38, 4-6.8-10.
[3] Cf. Ángelus, Domingo 14 de agosto de 2016.
[4] Cf. Catena Aurea, 10249.
[5] Cf. Sal 39.