Jesús se compadeció de ellos (cf. Mc 6, 30-34)
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Todos tenemos momentos buenos y malos. Y es sobre todo en los tiempos difíciles cuando más necesitamos de alguien que nos comprenda y nos ayude a salir adelante ¡Eso es lo que Dios, nuestro creador, hace con nosotros! Él, que nos quiere mucho, nos reúne y nos conduce hacia la felicidad plena y eterna[1].
¿Cómo lo hace? Encarnándose en Jesús para “ponerse en nuestros zapatos” e identificarse con nosotros. Así, haciendo suyas las penas que nos provocamos al desconfiar de él y pecar, se entregó hasta dar la vida para derribar el muro del pecado que nos separa[2], y conducirnos a la casa del Padre, donde seremos felices por siempre.
Por eso, aunque en esta vida atravesemos por las cañadas oscuras de la enfermedad, las penas, los problemas y la muerte, no tememos, sino que, animados por su Espíritu, seguimos adelante, hasta la meta[3].
Jesús mismo, con su ejemplo, nos enseña cómo hacerlo; cuando los discípulos que había enviado regresan y le cuentan lo que han hecho, viendo que la gente no les dejaba tiempo ni para comer, les propone ir a un lugar apartado para descansar. Pero al llegar le sale al encuentro una multitud. Entonces, compadecido, se puso a enseñarles muchas cosas; se puso a enseñarles, como dice san Beda, el camino de la verdad[4].
Él no deja de querernos y de compadecerse de nosotros. Por eso, a través de su Palabra, sus sacramentos y la oración sigue enseñándonos muchas cosas: a usar correctamente nuestro cuerpo, nuestra inteligencia, nuestra voluntad y nuestro espíritu, y a actuar bien en casa, la escuela, el trabajo, la Iglesia y la sociedad, para que alcancemos una vida plena, en paz y eterna.
Jesús nos enseña que la clave es vivir el amor, y por amor, “ponernos en los zapatos de los demás”, sentir pasión por lo que les sucede y tenderles una mano[5]. Nos enseña, como dice el Papa, a poner en práctica tres verbos: ver, tener compasión, enseñar[6], dispuestos a hacer a un lado nuestros propios gustos, comodidades, diversiones y hasta nuestro descanso.
Cuesta trabajo, pero con su ayuda y poniendo de nuestra parte, seremos capaces de dejar un partido de fut, un videojuego, el celular, el antro, los amigos para convivir con la familia. De superar el “ahí se va” y hacer bien lo que nos toca como estudiantes, como trabajadores, como ciudadanos y como cristianos. De sacrificar nuestro tiempo y nuestro dinero para dar catecismo, visitar a un enfermo, atender a un migrante y ayudar a un pobre.
En una época en la que se promueve el individualismo y la indiferencia para dejarnos solos y vulnerables, veamos a los que necesitan de nosotros, pongámonos en su lugar; sintamos pasión por lo que les pasa, y con nuestra oración, nuestras palabras y nuestras obras enseñémosles cuánto los ama Dios. Así, juntos, haremos la diferencia ¡A echarle ganas!
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. 1ª Lectura: Jr 23, 1-6.
[2] Cf. 2ª Lectura: Ef 2, 13-18.
[3] Cf. Sal 22.
[4] Cf. Catena Aurea, 6630.
[5] Cf. Diccionario Real Academia Española, dle.rae.es.
[6] Cf. Angelus, Domingo 19 de julio de 2015.
Foto/DiarioCatólicoLD
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