Nadie tiene amor más grande a sus amigos, que el que da la vida por ellos (cf. Jn 15, 1-8)
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En la verdadera amistad, las personas nos queremos y nos conocemos a fondo. Estamos ahí, en las buenas y en las malas. Nos escuchamos y nos hablamos con la verdad buscando el auténtico bien. Nos la jugamos para ayudarnos a salir adelante ¡Qué maravilla es la amistad!
¿Y saben qué? Que todos tenemos un amigo así. Un amigo que se la rifó para sacarnos del hoyo en el que caímos al desconfiar de Dios y pecar. Un amigo que el Padre, creador de todas las cosas, nos envió para darnos vida por él[1]. Un amigo que nos demostró su amor dando la vida para comunicarnos su Espíritu y hacernos hijos de Dios, partícipes de su vida por siempre feliz, que consiste en amar.
¡Ese amigo es Jesús! El amigo que, buscando que su alegría, plena y eterna, esté en nosotros, nos invita a permanecer en su amor, cumpliendo sus mandamientos, que, como explica san Gregorio, brotan del amor[2]. Por eso nos pide que nos amemos los unos a los otros como él nos ha amado: hasta dar la vida.
Él nos da ejemplo. No eligió como amigos a gente perfecta, sino a personas que, como hace notar el Papa, no lo habían comprendido, y que en el momento crucial lo abandonaron[3] ¿Porqué nos ama así y nos acepta a pesar de nuestras fallas? Porque él es Dios encarnado, y Dios es amor[4]; amor perfecto, libre, infinito e incondicional, que, como dice san Pedro, no hace distinciones[5].
Lo único que necesitamos es aceptar su amistad, viviendo como lo que somos; hijos suyos. Esto significa que, como nuestro Padre, debemos ser libres para amar. Para amar a la gente como es, incluso a los que sienten, piensan y actúan de forma diferente a nosotros, y a los que no nos caen bien o no les caemos bien.
Y por amor, dar lo mejor de nosotros cada día en casa, la escuela, el trabajo y la comunidad, amando a la pareja cuando está de buenas y cuando está de malas; amando a los hijos, cuando son obedientes y cuando se ponen de rebeldes; amando a los papás cuando nos dan los permisos que pedimos y cuando no nos los dan; amando a los hermanos cuando son a todo dar y cuando no lo son tanto.
Amando a los vecinos, a los compañeros y a la gente con la que nos encontremos, no entrándole al bullying, a la mentira, a la injusticia, a la trampa, al chisme, a la corrupción, a la indiferencia. Amando y siendo ciudadanos responsables y participativos. Amando y echándole la mano a los necesitados. Amando y cuidando el medioambiente.
Parece difícil, y lo es. Pero si permanecemos unidos al mejor de los amigos, Jesús, escuchando su Palabra, recibiendo sus sacramentos y conversando con él en la oración, nos llenaremos tanto de su Amor, que podremos vivir cada día como hijos de Dios, amando y haciendo el bien. Así, su alegría, que siempre triunfa[6], estará en nosotros.
+Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. 2ª Lectura: 1 Jn 4, 7-10.
[2] Cf. In Evang. hom. 27.
[3] Cf. Regina coeli, Domingo 10 de mayo de 2015.
[4] Cf. 2ª Lectura: 1 Jn 4, 7-10.
[5] Cf. 1ª Lectura: Hch 10, 25-26. 34-35. 44-48.
[6] Cf. Sal 97.