Yo soy el camino, la verdad y la vida (cf. Jn 14, 1-12)
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¡Hay tantas cosas que nos quitan la paz! Las penas, los problemas, las incertidumbres, la muerte, y ahora el coronavirus. También los discípulos estaban inquietos. Porque además de las dificultades que enfrentaban, Jesús les anunciaba que ya se iba. Pero les dice: “No pierdan la paz” ¿Por qué? Porque como les explica, su partida no es un abandono sino subir para tendernos la mano desde la casa paterna y darnos la posibilidad de llegar allí, donde nos uniremos al Padre y seremos dichosos sin final.
Por eso, al escucharlo, Felipe, en lugar de pedirle que antes de partir le solucione todos sus problemas, le dice: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta”. Se dio cuenta de lo realmente importante. Lo demás no llena totalmente, ni dura para siempre. Pero Jesús le hace ver que eso que anhela ya se ha hecho realidad: hemos visto a Dios, porque en él, Dios se ha hecho uno de nosotros para, amando hasta dar la vida, liberarnos del pecado, compartirnos su Espíritu y hacernos hijos suyos, regalándonos así el derecho de vivir en la casa paterna.
Ahora Jesús vuelve al Padre para prepararnos un lugar. Por eso podemos tener paz. Porque el que exista este futuro de plenitud sin final, cambia el presente[1]; nos hace descubrir que aquí estamos de paso; que los sufrimientos y dificultades terminarán; que la muerte no tiene la última palabra; y que lo realmente importante es seguir el camino que lleva a la meta. Y ese camino es Jesús.
Por eso debemos estar en él, a través de su Palabra, de sus sacramentos, de la oración y del prójimo. Solo Jesús puede unirnos desde ahora a Dios, que es capaz de hacer la maravilla de que, animados por la meta que nos espera, construyamos un hogar y una sociedad cada vez mejor para todos[2], conscientes de que, como en la primera comunidad cristiana, todos tenemos un papel que desempeñar[3].
¿Cuál es ese papel? Responde el Papa: la responsabilidad de santificarnos el uno al otro, y de cuidar de los demás[4]. ¿Lo hacemos? ¿Hago lo que me toca en casa, en mis ambientes, en mi Iglesia y en mi comunidad? ¿Cuido de los demás? ¿Me intereso por ellos? ¿Busco cómo echarles la mano? ¿O solo me quejo de lo que no va bien?
Así como el Señor cuida de nosotros y nos echa la mano[5], hagámoslo con los demás, especialmente con los que más lo necesitan. Y ante las dificultades, recordemos que, como afirma san Juan Crisóstomo, la fe en Dios es más poderosa que todos los acontecimientos que sobrevengan[6]. Sigamos adelante. Que no nos desanimen nuestras caídas. Porque como dice san Agustín: “Más seguro anda el cojo en el camino que el corredor fuera de él” [7].
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Spe salvi, 7.
[2] Cf. 2ª Lectura: 1 Pe 2, 4-9.
[3] Cf. 1ª Lectura: Hch 6, 1-7.
[4] Audiencia General, 6 de junio de 2018.
[5] Cf. Sal 32.
[6] Cf. In Ioannem, hom., 72.
[7] Serm. 169, 18.

