Y Jesús le dijo (a la mujer): Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar
Isaías 43,16-21
Filipenses 3,7-14
Juan 8,1-11
Dios es exigente al proponernos llevar un estilo de vida de fidelidad a su Ley. Él espera que nos mantengamos en santa obediencia a su voluntad y que no nos apartemos del camino señalado en sus mandamientos. La experiencia del Pueblo de Israel, de san Pablo, de la mujer del evangelio y la experiencia de cada uno de nosotros acerca de cómo le hemos hecho caso a Dios guardando sus preceptos, es semejante. Todos estamos envueltos en debilidad y el pecado, con frecuencia, hace mella en nosotros.
Las lecturas bíblicas de este domingo dejan entrever la realidad desconcertante del pecado que nos desfigura y que nos hace perder nuestra dignidad de hijos adoptivos de Dios. Sin embargo, el mensaje central de la Palabra que escuchamos en la Eucaristía de este V Domingo de Cuaresma, no se detiene en este aspecto negativo. En efecto, el pecado, tanto del Pueblo de Israel, como de san Pablo y de la mujer adúltera, es presentado más bien como referencia para dar paso al amor misericordioso de Dios, que ofrece a todos su perdón.
El profeta Isaías (primera lectura) anuncia esperanza para un Pueblo que, viviendo en el destierro, lejos de la patria, se siente derrotado y sin ánimo para seguir adelante. Dios le promete a su pueblo el retorno a su tierra, perdida tiempo atrás: “No recuerden lo pasado ni piensen en lo antiguo; yo voy a realizar algo nuevo. Ya está brotando…”. El Salmo responsorial es portavoz de estas grandes maravillas que el Señor obra a favor de su hijos. El pasado para Israel fue pecado y desencanto, pero ahora, en el presente, aparecen el perdón misericordioso de Dios y el júbilo que llena los corazones de los israelitas: “Al ir, iban llorando, cargando la semilla; al regresar, cantando vendrán con sus gavillas”.
San Pablo, en la segunda lectura, nos comparte su experiencia antes y después de conocer a Jesucristo. Su vida anterior, al perseguir a los seguidores del Camino, la llega a considerar como basura, pero ahora, el conocer a Cristo, lo considera el bien supremo: “Todo lo que era valioso para mí, lo consideré sin valor a causa de Cristo. Más aún, pienso que nada vale la pena en comparación con el bien supremo, que consiste en conocer a Cristo Jesús, mi Señor, por cuyo amor he renunciado a todo…”. Pablo deja atrás el pasado; para él ya no es lo importante ante la experiencia de la fe en Jesús y las promesas eternas recibidas: “olvido lo que he dejado atrás, y me lanzo hacia adelante, en busca de la meta y del trofeo al que Dios, por medio de Cristo Jesús, nos llama desde el cielo”.
Por otra parte, el relato de la mujer adúltera perdonada por Jesús es magistral; encierra muchas enseñanzas. En primer lugar se destaca la actitud de los escribas y fariseos. Una actitud condenatoria, hipócrita y malintencionada contra la mujer y contra Jesús: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés nos manda en la ley apedrear a estas mujeres. ¿Tú qué dices? Le preguntaban esto para ponerle una trampa y poder acusarlo”. Sin embargo, ellos quedan al descubierto; en realidad ellos también estaban envueltos en pecado: “Aquel de ustedes que no tenga pecado, que le tire la primera piedra… Al oír aquellas palabras, los acusadores empezaron a escabullirse…”. Nosotros debemos estar atentos y no caer en esta misma actitud de los escribas y fariseos: ver los errores ajenos y no percatarnos de nuestros graves pecados.
El evangelio se cierra con una muestra del perdón misericordioso de Jesús y con una clara y firme exhortación a la mujer: “Tampoco yo te condeno. Vete y ya no vuelvas a pecar”. Disfrutemos este domingo de la bondad de Dios, dispuesto siempre a perdonarnos, pero no olvidemos que Dios no quiere que pequemos. Amén.
+ Ruy Rendón Leal
Obispo de Matamoros