XIV Encuentro diocesano de laicos
Reunión virtual, 5 de julio de 202
COMO LAICOS DISCÍPULOS MISIONEROS,
LLAMADOS A VIVIR LA NUEVA REALIDAD
1. ¿Quiénes son los laicos, discípulos misioneros?
Los laicos, del griego “laikos”, derivado de “laos”, pueblo, son aquellos que, incorporados a Cristo mediante el Bautismo, han sido constituidos hijos del Padre, templos del Espíritu y miembros del Pueblo de Dios. Tienen como vocación propia buscar el Reino de Dios, iluminando y ordenando las realidades temporales según el Evangelio (vida personal, familiar y social: cultura, política, economía, medios de comunicación, trabajo, estudio, ciencia, tecnología, deporte, descanso, entretenimiento, etc.). Así responden a la llamada a la santidad y al apostolado, que se dirige a todos los bautizados(1) , y que tienen el derecho y la obligación de desarrollar individualmente o agrupados en asociaciones, para que el mensaje divino de salvación llegue a toda la gente(2) .
Como discípulos misioneros deben vivir en un encuentro permanente con Jesús, que ha venido a hacernos partícipes de la unidad de la Santísima Trinidad y seguirlo (Mc 1, 14) ¿Cómo? Unidos a su Cuerpo, la Iglesia, con la que forma una sola persona, como afirma san Gregorio Magno(3) , a través de su Palabra, sus sacramentos, la oración, el prójimo, los acontecimientos, profundizando en el amor y seguimiento a su persona, su ejemplo y su doctrina, y dando testimonio del kerygma, lo que implica una conversión permanente en la que, con su ayuda, vayamos quitando de nosotros todo lo que desdibuja nuestra semejanza divina y vayamos adquiriendo aquellas virtudes que nos permiten alcanzar su plenitud (cf. Ef 4, 13). Así podremos vivir la comunión que él vino a construir (cf. Jn 17, 21), en la familia, en la parroquia, en las pequeñas comunidades, en los grupos, asociaciones y movimientos, y en la sociedad, para, unidos, compartir con otros la alegría del Evangelio y su poder transformador(4) .
2. ¿Cuál es la nueva realidad que nos ha tocado vivir?
Una tormenta, que, como dice el Papa, no esperábamos(5) ; una pandemia que solo habíamos conocido por la historia o por la imaginación de algún productor de Hollywood. El coronavirus se extendió rápidamente, atravesó fronteras y alcanzó a personas de todas edades y clases sociales, mostrando su fuerza y su letalidad. Entonces, todo cambió; adquirimos nuevos comportamientos de higiene y protección, y hasta hemos tenido que observar el resguardo domiciliario, lo que nos ha hecho restringir la participación en la Misa a las redes sociales. Unos dudan, otros no hacen caso y otros se apanican. Hay crisis en la familia, en la economía, en la política y a nivel social. Y mucha incertidumbre ¿Cómo será la vida después del COVID-19? ¿Volveremos a ir a reuniones donde haya mucha gente? ¿Nos daremos la mano de nuevo? ¿Surgirá otro virus semejante o peor?
Para entender qué debemos hacer necesitamos discernir; distinguir uniendo la luz de la fe y la razón. Así descubriremos, primero que nada, que Dios no manda males; los permite para sacar bienes(6) . De igual manera debemos actuar sus hijos. “Los buenos –señala san Agustín– usan bien no solo de los bienes, sino también de los males”(7) . Así hay que hacerlo frente al Covid-19. Aprendamos que, como dice el Papa: “Estamos en la misma barca, llamados a remar juntos”, y que necesitamos restablecer el rumbo de la vida hacia Dios y hacia los demás(8) .
Segundo, vivir y testimoniar el Evangelio de la vida, teniendo en cuenta que, como decía san Juan Pablo II: “…la vida en el tiempo es condición básica, momento inicial y parte integrante de todo el proceso unitario de la vida humana. Un proceso que… es iluminado por la promesa y renovado por el don de la vida divina, que alcanzará su plena realización en la eternidad”(9) . Por eso hay que cuidar la vida y la salud que Dios nos ha confiado.
Tercero, experimentar que, aunque tengamos que guardar sana distancia, “Dios –dice san Atanasio–… junta en una misma fe a los que se encuentran corporalmente separados”(10) . Eso es la comunión de los santos(11) . Hay que trabajar por la unidad en casa, sabiendo comprendernos, ayudarnos, perdonarnos y seguir adelante. Hay que tender la mano a los demás, a través de una llamada, un mensaje. Que nadie se sienta solo.
Tercero, descubrir que no todo se ha detenido, sino que hemos seguido cumpliendo el mandato del Señor anunciando el Evangelio (cf. Mc 16, 15) y celebrando la Eucaristía ( cf. Lc 22, 19-20) a través de las redes sociales, conscientes de que, como decía san Juan Pablo II: “la Eucaristía… es un acto cósmico… une el cielo y la tierra. Abarca e impregna toda la creación”(12) .
Cuarto, vivir el valor de la oración, de la comunión espiritual y de la contrición perfecta, en la que, si nos arrepentimos de verdad y tenemos el propósito de recibir la absolución sacramental en cuanto sea posible, podemos recibir el perdón de los pecados, incluso mortales(13) .
Quinto, reinventarnos creativamente para seguir cumpliendo nuestro apostolado y ayudar a los más necesitados. Gracias a Dios y a la generosidad de muchos, hemos seguido adelante con las obras sociales y caritativas de la Iglesia –centros de acopio de despensas y medicinas, comedores para los pobres, asilos, Casa Hogar, casas del indigente, casas del migrante, atención a enfermos, celebración de exequias–, observando las medidas de protección sanitaria.
“El drama que estamos atravesando –dice el Papa– nos obliga a tomar en serio lo que cuenta, a no perdernos en cosas insignificantes, a redescubrir que la vida no sirve, si no se sirve”(14) . Lo importante no es hacer muchas cosas, según nuestras ideas, sino una sola: la voluntad de Dios, como enseñó Jesús, que, clavado, inmóvil en la cruz, vivió su “hora” y realizó la obra de nuestra redención (cf. Jn 17, 1-2).
¡Levántense! ¡Vamos!:
En agosto de 2019 arrancamos el Plan Diocesano de Pastoral 2019-2023 que tiene por meta: “Hasta que Cristo sea formado en nosotros” (Gál 4,19), y que se estructura en tres etapas: Encuentro, Comunión y Testimonio transformador, precedidas por un tiempo de preparación. En cada etapa estarán presentes la formación y la liturgia. Ahora estamos en la etapa preparatoria, inspirados en la Palabra de Dios: “Quien cultiva su tierra se saciará de pan” (Prov 12,11), que busca actualizar las estructuras e instancias de la Diócesis a fin de que respondan mejor a su naturaleza evangelizadora y misionera, poniéndolas al día en cuestiones legales, civiles, laborales, fiscales y eclesiales, y haciendo de los espacios y eventos eclesiales lugares seguros para todos. Sin duda, este tiempo de aislamiento ha sido una oportunidad para hacerlo. Ojalá lo hayamos aprovechado. Y si no, ¡hagámoslo!
En agosto iniciaríamos la primera Etapa: el Encuentro, en el que, conscientes de que Dios viene a nosotros a través de su creación, de su Palabra, de sus sacramentos, de la oración y del prójimo (cf. Mt 25, 40), queremos dejarnos encontrar por él, encontrarnos con nosotros mismos e ir a los demás para encontrarlos y anunciarles el Evangelio, concentrándonos en lo esencial, “que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y lo más necesario”(15) .
¿Lo podremos hacer? Quizá no como hemos hecho las cosas hasta ahora. Pero si le buscamos con amor, seremos creativos para encontrar caminos nuevos, innovadores. Es la gran lección que nos han dado hombres y mujeres que a lo largo de los siglos han vivido situaciones difíciles y han salido adelante.
Por ejemplo, el alemán Ludwig van Beethoven (1770-1827), autor de una de las obras musicales más bellas e importantes de la historia: la Sinfonía nº 5 en do menor Opus 67. Es impresionante saber que cuando la compuso entre 1804 y 1808, su sordera había avanzado mucho, como lo había revelado desde 1801 a su amigo Wegeler. Pero no se resignó; a las 54 obras que había compuesto para 1804, siguieron 151 más.
Otro ejemplo es la española Olga Bejano (1963-2008), Medalla de Oro de La Rioja, que a los 23 años contrajo una enfermedad neuromuscular que la dejó paralizada por más de veinte años, sin hablar, sin ver, respirando artificialmente y alimentándose por sonda, pero que con el leve movimiento de una mano publicó cuatro exitosos libros, de alcance internacional: “Voz de papel”, “Alma de color salmón”, “Los garabatos de Dios” y “Alas Rotas”. Ella decía: “El alma es más fuerte que el cuerpo. Desde que descubrí a Dios me sucede algo similar a cuando una persona se enamora: me levanto pensando en Él, durante el día pienso en Él y al acostarme, cuando más relajada estoy, en la oscuridad y el silencio es cuando Él se siente mejor para hacerse oír. En la oración lo que cuenta no es lo que nosotros hacemos, sino lo que Dios hace en nosotros”(16) .
“Al hablar con ella –comenta el padre José Ignacio Díaz–, veías que tenía una vida… plena, y que estaba al tanto de todo lo que ocurría… hablaba de Dios con… tal seguridad, que daba la impresión… de que tenía una relación muy fuerte… con Él… Ha llevado a muchas personas a Dios… He sido testigo de cómo cambiaban, al conocerla, personas que no querían seguir viviendo porque no veían sentido a su vida”(17) .
Otro grande es el mexicano Matías Alanís Álvarez, que nació con parálisis cerebral atetoide que le impide controlar sus movimientos, le dificulta el habla y le ha provocado una severa miopía, pero que con esfuerzo y el apoyo de su mamá se graduó con mención honorífica en la Universidad Nacional Autónoma de México, de la que ahora es profesor(18) .
¿Y qué decir de la rusa Jessica Long? Nacida sin estructura ósea en sus piernas, abandonada en un orfanato de Siberia y adoptada por un matrimonio católico de Baltimore, Estados Unidos, que a pesar de que siendo pequeña le fueron amputadas las piernas, con esfuerzo y el apoyo de sus padres adoptivos se convirtió en 2004 en la atleta paralímpica más joven de Estados Unidos. “Soy cristiana –dice– y atleta paralímpica doce veces medallista de oro. Amo la vida”(19) .
¿Cuál es la clave del éxito de estas personas? Que no se resignaron a su situación ni se dejaron llevar por las circunstancias, sino que fueron capaces de discernir, es decir, de distinguir las cosas y así descubrieron que valían mucho, que podían más, y estuvieron dispuestas al esfuerzo para lograrlo, haciendo incluso de los vientos contrarios aliados para impulsarse más.
Esto es lo que debemos hacer. Ustedes lo han hecho. Los felicito. Es lo que hemos tratado de hacer a través de los protocolos sanitarios para el momento en que sea posible la reapertura del culto a la participación física de fieles. Hay mucho que debemos hacer de cara a la nueva realidad. Y les ruego que lo sigan haciendo. Para eso, recuerden lo que Dios nos pide: “Por sobre todas las cosas, adquiere discernimiento” (Prov 4,7).
Con la luz del Espíritu Santo podremos discernir. Así aprenderemos de Jesús, nuestro modelo. Él, a pesar de todas las dificultades, siguió adelante, amando y haciendo el bien. Así ha renovado a la creación entera. Y cumplida su misión, volvió al Padre, en quien es dichoso para siempre. En él vemos el final de la historia. Y eso cambia el panorama. Jesús nos hace ver que, como le dijo a santa Juliana de Norwich: “todo acabará bien… sea lo que sea, acabará bien”(20) .
Llama la atención que le haya dicho esto a esa gran mística, a la que le tocó vivir una época muy difícil: la Guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra (1337-1453); el cisma de Occidente (1378 y 1417) y tres oleadas de la Gran Peste o Peste Negra (de 1348 a 1369), que diezmó a Inglaterra. Así la ayudó a comprender aquello que Benedicto XVI expresa así: “El presente, aunque sea… fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino”(21) . ¿Y a qué meta conduce ese camino? A sumergirnos “en el océano del amor infinito”(22) .
“Somos viandantes –decía san Agustín–… ¿…qué es andar? Avanzar siempre… Si te complaces en lo que eres, ya te has detenido… Y si te dices: «Ya basta», estás perdido… avanza siempre… no quieras desviarte… Más seguro anda el cojo en el camino que el corredor fuera de él”(23) .
Que la Virgen María, mujer de la esperanza, que confió en Dios y se encaminó presurosa a dar lo mejor de ella a los demás, san José, los ángeles y los santos intercedan por nosotros y nos obtengan de Dios la ayuda para saber vivir como discípulos misioneros en medio de esta pandemia, sin que nada nos retrase o nos haga retroceder.
Antes de despedirme, les dejo esta hermosa reflexión de santa Teresa, que seguramente ya conocen y que, si nos sentimos angustiados, puede ayudarnos mucho: “Nada te turbe, nada te espante; todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta. Sólo Dios basta”(24) .
Muchas gracias.
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[1] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, Compendio, nn. 177. 188-190.
[2] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 940-943.
[3] Moralia in Job, Praefatio 6, 14.
[4] Cf. Aparecida, 278.
[5] Momento extraordinario de oración en tiempos de epidemia, 27 de marzo 2020.
[6] Cf. Tomás de Aquino, Summa Theologiae, I, q. 2, a. 3, ad 1.
[7] La Ciudad de Dios, XIII, V.
[8] Momento extraordinario de oración en tiempos de epidemia, 27 de marzo 2020.
[9] Evangelium vitae, 2.
[10] Carta, 5, 2.
[11] Cf. Catecismo, 947.
[12] Ecclesia de Eucharistía, 8.
[13] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1452.
[14] Homilía Domingo de Ramos, 5 de abril 2020.
[15] Evangelii gaudium, 35
[16] BEJANO Domínguez Olga, en www.noticiacristiana.com.
[17] MARTÍNEZ MARÍA, “Misión cumplida. Alfa y Omega”, en “Alma de color salmón”.
[18] Cf. fundacionunam.org.mx.
[19] Cf. ecured.cu.
[20] Libro de revelaciones, revelación 13.
[21] Spe salvi, 1.
[22] Ibid., 12
[23Serm. 169, 18.
[24] SANTA TERESA DE JESÚS, en www.cervantesvirtual.com