LA SAGRADA FAMILIA
Homilía de
Mons. Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
Todos venimos de una familia. Una familia con alegrías y con penas. Una familia que quizá extraña la ausencia de papá, de mamá, de un hijo, de un hermano o de un abuelo. Una familia que probablemente enfrente dificultades y tenga pleitos. Es normal. Porque como dice el Papa, no hay familia perfecta.
Pero seguramente queremos salir adelante ¿Como hacerlo? No dejando que los enojos, las tristezas y las decepciones se nos queden en el alma, porque de lo contrario, nos van a infectar de amargura, resentimiento y deseo de venganza.
María nos da ejemplo. Por eso Simeón le anunció: “ una espada atravesará tu alma”. Porque María, como explica san Agustín, aunque enfrentó la peor de las penas, ver morir a su Hijo único destrozado en la cruz, no permitió que la tristeza se quedara en su alma, sino que dejó que sólo la cruzara.
También José fue capaz de hacerlo. Él, como explica el Papa, supo asumir su responsabilidad y reconciliarse con su propia historia. Porque cuando no lo hacemos, nos convertimos en prisioneros de nuestras espectativas y de las consiguientes decepciones.
Podemos sentir enojo, tristeza y decepción. Pero no permitamos que estos sentimientos se nos queden y nos dominen. Hay que dejarlos pasar. Y solo Dios puede darnos la fuerza para hacerlo.
Por eso debemos aprender de la Sagrada Familia a estar unidos a Dios, que siendo único, es familia: Padre, Hijo y Espíritu Santo. El nos creó para vivir en familia y ser parte de su familia, la Iglesia. Y aunque le fallamos, siguió amándonos y lo dio todo para salvarnos; se hizo uno de nosotros en Jesús a fin de liberarnos del pecado, compartirnos su Espíritu y hacernos hijos suyos.
Solo necesitamos reconocer a Jesús como nuestro salvador, tal y como hicieron Simeón y Ana. Así nos sentiremos familia de Dios. Así nos experimentaremos incondicional e infinitamente amados. Así encontraremos consuelo y fuerza para sortear los obstáculos y seguir adelante, hasta llegar a la meta: la casa del padre, en quien seremos felices por siempre.
Por eso es tan importante que, al igual que María y José llevaron al Niño al templo, los papás lleven a sus hijos a Dios, y así, juntos, como familia, se unan a él, presente en su iglesia, a través de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía, de la oración y del prójimo.
Es lo mejor que pueden hacer. Lo demás es importante. Pero esto es fundamental y definitivo. De eso depende la vida presente y futura. Unidos a Dios somos capaces de no rendirnos cuando hay problemas en casa; de amar y de poner de nuestra parte para restaurar lo que se ha dañado.
El amor nos impulsa a honrar a nuestros padres. A sentir pasión por lo que les pasa a los demás. A ser generosos, humildes, amables, pacientes y agradecidos. A saber soportarnos y perdonarnos. Ese es el camino que el Señor nos muestra. Sigámoslo, y nos irá bien.