Las jóvenes invitadas al banquete de bodas (cf. Mt 25,1-13)
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La muerte, que entró en el mundo a causa del pecado que cometimos, es inevitable. Pero san Pablo nos recuerda que gracias a Jesús, que por nosotros murió y resucitó, la muerte no es el final, sino que a los que mueren en Cristo, Dios los lleva con él[1]. ¡Esta es nuestra esperanza! Al final, nuestra alma se saciará por siempre de lo mejor[2].
Morir en Cristo significa haber buscado en esta vida la sabiduría, que siempre se deja encontrar por quienes la desean[3]. Esa sabiduría que nos hace estar preparados en todo momento, como enseña Jesús a través de la parábola de las diez jóvenes invitadas a una fiesta de bodas, símbolo del Reino de los cielos, la vida eterna[4].
Sin embargo, cinco de ellas no aprovecharon el tiempo de espera, sino que se durmieron. Este adormecimiento significa olvidarse de Dios, como dice el Papa Francisco[5]. Es dejarse llevar por los placeres, las emociones, las modas, el dinero. Pero entonces, cuando llega la hora de la verdad, la lámpara de la vida se queda vacía, y se termina perdiendo el rumbo.
En cambio, las otras cinco previeron un frasco de aceite con qué alimentar sus lámparas. ¿Y qué representan esas lámparas? Las buenas obras, como explica san Agustín[6]. Esas buenas obras que consiste en hacer el bien a los que nos rodean; a la familia, a los amigos, a los vecinos, a los compañeros de estudio o de trabajo, a los hermanos de la comunidad, a la gente que trata con nosotros, a los más necesitados.
¿Y cómo se alimentan esas lámparas? Con la Palabra de Dios, con los sacramentos y con la oración. Esto es algo que cada uno debe procurar. Porque así como al atleta sólo le sirve el ejercicio que él hace y no el que otros realizan, como dice san Juan Crisóstomo: “a ninguno podrán servirnos las obras de otros, sino las propias”[7].
Si no somos previsores, nos sucederá lo que al general que se quedó dormido, y que cuando un soldado lo despertó gritando: “¡hemos perdido la guerra!”, respondió: “¡Pues búsquenla hasta que la encuentren!”. Que nuestra Madre, Refugio de pecadores, nos obtenga de Dios la sabiduría para prepararnos de tal modo que no nos quedemos fuera de la vida plena y eterna que nos ofrece.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. 2ª Lectura: 1 Tes 4,13-18.
[2] Cf. Sal 62.
[3] Cf. 1ª Lectura: Sb 6, 12-16.
[4] Cf. BENEDICTO XVI, Angelus, 6 de noviembre de 2011.
[5] Cf. Audiencia General, miércoles 24 de abril de 2013.
[6] Cf. De diversis quaestionibus octoginta tribus liber, 59.
[7] Homiliae in Matthaeum, hom. 78,1.