Amarás a Dios con todo tu ser, y a tu prójimo como a ti mismo (cf. Mt 22, 34-40).
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Todos buscamos ser felices para siempre. Y en esa búsqueda, nada más útil que un mapa que nos muestre el camino ¡Eso es la Ley de Dios! A través de sus mandamientos, el Señor, que nos protege y nos libera del pecado[1], nos indica cómo alcanzar la dicha sin final. Esos mandamientos que, como enseña Jesús, se fundan en el amor a Dios y al prójimo.
“Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente”. Con estas palabras, como señala Benedicto XVI, Jesús nos enseña que el amor a Dios no se reduce sólo a los sentimientos, sino que incluye nuestra voluntad y nuestro intelecto[2].
Quien ama, desea estar con el amado. Dios quiere estar con nosotros. Nos reúne en su Iglesia. Nos habla en su Palabra. Nos da su fuerza en los sacramentos. Platica con nosotros en la oración. ¿Y nosotros? ¿Queremos estar con él? ¿O sólo lo hacemos cuando tenemos ganas?
Hay quienes piensan que el amor es auténtico sólo cuando sentimos gusto por hacer las cosas. Pero eso no es amor; es egoísmo. El verdadero amor abarca a la persona entera, sentimientos, inteligencia y voluntad. Sólo así permanece más allá de los estados de ánimo o de las circunstancias.
El amor, como hace notar Benedicto XVI, es “divino”; proviene de Dios y une a Dios. Y lo hace de tal manera, que nos une también a los demás[3]. De ahí que el Papa Francisco afirme que el amor a Dios y el amor al prójimo son inseparables[4]
Por eso, Dios manda no hacer sufrir, no oprimir, no explotar, ni lucrar con el prójimo[5]. “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”, dice Jesús, citando el Libro del Levítico. Así, como señala san Agustín, el Señor nos enseña que el amor a Dios incluye al amor a nosotros mismos y a los demás[6]. Y aconseja: “Ten compasión de tu alma agradando a Dios” [7]
Tengamos compasión de nuestra alma, y de su deseo de ser por siempre feliz ¿Cómo? Agradando a Dios ¿Cómo se le agrada? Cumpliendo su palabra[8], en la que nos manda amar al prójimo ¿Cuál prójimo? Al que tenemos en casa: a la esposa, al esposo, a los hijos, a los papás, a los hermanos, a los suegros, a las nueras, a los yernos. También al prójimo que está en la escuela y en el trabajo. Al prójimo-vecino. Al prójimo-enfermo. Al prójimo-pobre. Al prójimo-solo. Al prójimo-migrante. Al prójimo-adicto. Al prójimo-confundido. Al prójimo que ha dejado de creer, de esperar o de amar.
¡Amemos! Y como san Pablo, hagamos el bien[9] . Así contribuiremos a construir una familia, una sociedad y un mundo mejor para todos, y alcanzaremos la felicidad sin final, que tanto andamos buscando. Que Nuestra Madre, Refugio de los pecadores, nos obtenga de su Hijo la fuerza de hacerlo así.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. Sal 18.
[2] Cf. Homilía Domingo 26 de octubre de 2008.
[3] Cf. Deus caritas est, 18.
[4] Cf. Angelus 26 de octubre de 2014.
[5] Cf. 1ª Lectura: Ex 22, 20-26.
[6] Cf. De doctrina christiana, 1,30,26.
[7] La Ciudad de Dios, Libro 10, 6.
[8] Cf. Aclamación: Jn 14, 23.
[9] Cf. 2ª Lectura: 1 Tes 1,5-10.