¿Vas a tenerme rencor porque yo soy bueno? (cf. Mt 20, 1-16)
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Dios, dueño de la viña, sale a distintas horas del día a buscar trabajadores para sus campos. Lo hace porque ama a su viña y porque ama a las personas. No quiere que sus campos estén desolados e infecundos. Tampoco quiere que alguien se quede con una vida estancada, vacía y sin sentido.
“Vayan también ustedes a mi viña”, nos dice a cada uno, en cualquier etapa de nuestra vida, como explica san Gregorio[1]. Invita a los niños, a los adolescentes, a los jóvenes, a los adultos y a los ancianos a trabajar en su viña, que es nuestra familia, nuestra Iglesia, nuestros ambientes de vecinos, de amigos, de noviazgo, de estudio, de trabajo, nuestra ciudad, nuestro estado, nuestro país y nuestro mundo.
Así lo han entendido muchos, como lo hemos comprobado ahora que una porción de la viña de Dios, México, ha sufrido graves afectaciones provocadas por terribles fenómenos naturales. Son miles los que están colaborando en las labores de rescate, atendiendo a los damnificados en los albergues o en sus propias casas, llevando ayudas a los centros de acopio, orando, y generando una enorme red de auxilio.
Escuchando la invitación de Dios y viendo el ejemplo de tantas personas, frente al drama que están viviendo nuestros hermanos en Baja California, Chiapas, Ciudad de México, Estado de México, Guerrero, Morelos, Oaxaca, Puebla y Tlaxcala, recordemos que, como decía san Juan Pablo II: “A nadie le es lícito permanecer ocioso”[2].
Quizá aún no hayamos hecho algo. Sin embargo, estamos a tiempo de abandonar la mediocridad de una vida egoísta e indiferente, y de seguir a Dios por el camino del amor. Hagámoslo, aunque a veces no comprendamos porqué permite que pasen tantas desgracias en su campo. Recordemos con honestidad y humildad que sus caminos siempre aventajarán a los nuestros[3].
Confiemos en que él, que mira más allá de lo inmediato, es misericordioso, cariñoso, justo y bondadoso en todas sus acciones[4]. Y con esta confianza, trabajemos en su viña, llevando una vida digna del Evangelio de Cristo, procurando, como san Pablo, eligir aquello que haga bien a los que nos rodean[5].
Echémosle ganas, evitando las rivalidades o envidias. No seamos como aquellos que, a pesar de que el dueño de la viña les pagó lo que les había prometido, se quejaron de que, habiendo llegado a primera hora, recibieron lo mismo que los que llegaron después. “Se quejan –comenta un autor– de lo que se da a otros como si se les quitara a ellos”[6].
Hagamos bien lo que nos toca. Así, después de contribuir a construir una familia, una sociedad, un México y un mundo mejor, recibiremos la recompenza que Dios nos ofrece: una vida plena en esta tierra y feliz para siempre en el cielo.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. Homiliae in Evangelia, 19,1.
[2] Cristifideles laici, 3.
[3] Cf. 1ª Lectura: Is 55, 6-9.
[4] Cf. Sal 144.
[5] Cf. 2ª Lectura: Flp 1, 20-24.27.
[6] PSEUDO-CRISÓSTOMO, Opus imperfectum in Matthaeum, hom. 34.