Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios” (cf. Mt 22, 15-21)
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Una tarde, Napoleón Bonaparte (1769-1821) salió a pasear. Al subir a su carruaje, pidió al cochero –llamado César– que le dejara llevar las riendas. Pero los caballos salieron a todo galope y chocaron contra una reja. Entonces exclamó: “Es sabido que hay que dar al César lo que es del César… que el cochero César siga tirando de las riendas”.
¡Qué importante es dejar que el que sabe lleve las riendas! Así debemos hacerlo en el viaje de nuestra vida personal, matrimonial, familiar y social hacia el auténtico progreso y la felicidad eterna. Dejemos que el “cochero” que Dios nos ha enviado, Jesús, “conduzca” el carruaje de nuestra vida, haciendo caso al consejo que nos da: “Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.
Algunos, como advertía Benedicto XVI, han manipulado esta frase para excluir a Dios de la vida pública[1], obligando a los creyentes a relegar su fe a la intimidad. Pero con esto la humanidad se ha condenado a desarrollar una ciencia que sólo busca saber cómo funciona el universo, sin llegar a la causa que lo origina; a vivir sin encontrarle sentido a la vida, y sin más futuro que el momento presente; a pensar que debe hacerse todo lo que es técnicamente posible, sin importar las consecuencias en la vida de las personas y en el medioambiente; a valorar a la gente en términos de utilidad, lo que ha provocado soledad, injusticia, pobreza, corrupción, violencia y muerte.
Ante esto, Jesús, como señala el Papa, responde con la realidad[2]. Nos dice: “den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Así nos enseña a distinguir quién es cada uno y qué le corresponde. De esta manera nos daremos cuenta que Dios es el único; no hay otro[3]. Él ha creado cuanto existe y lo conduce todo. Hay que reconocerlo[4].
Es él quien nos ha elegido para que, iluminados por el Evangelio y con la fuerza del Espíritu Santo, demos fruto[5]. ¿Cómo? Dándole lo suyo: nosotros mismos, que, como dice san Hilario, llevamos grabada su imagen[6]. ¡Sí! ¡Somos imagen de Dios! ¡Valemos mucho! Y darnos a Dios significa dejarnos guiar por su Palabra y fortalecer por sus sacramentos y la oración para hacer su voluntad[7]: que iluminemos al mundo con la luz del Evangelio reflejada en nuestras vidas[8] ¡Esa es la misión que Jesús nos ha confiado!
Hoy, Domingo Mundial de las Misiones lo recordamos, pidiendo por los que están en tierra de misión, y por nosotros, para que irradiemos la luz del Evangelio siendo esposos fieles, padres responsables, hijos respetuosos, hermanos amables, buenos estudiantes, trabajadores que hagan bien las cosas, personas solidarias especialmente con los pobres, ciudadanos que participen en la vida cívica y política, reconociendo la justa separación entre la fe y las cuestiones civiles, y ejerciendo nuestro derecho a manifestar públicamente nuestras convicciones, contribuyendo así al bien de la sociedad[9].
Comprendiendo que de Dios lo es todo y que él conduce la historia, seremos capaces de dar a cada cosa su lugar, y de irradiar la luz del Evangelio con nuestra oración, nuestras palabras y nuestras obras. Esa luz capaz de renovar a la humanidad[10], y de guiarnos al progreso, la paz y la vida inmortal. Que Nuestra Madre, Refugio de pecadores, nos ayude a superar la tentación de ser simples espectadores, y nos obtenga del Señor la fuerza para ser protagonistas, ¡auténticos misioneros!
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. Homilía en la inauguración de la XI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, 2 de octubre 2005.
[2] Cf. Homilía en Santa Marta, 6 de junio de 2017.
[3] Cf. 1ª Lectura: Is 45, 1.4-6.
[4] Cf. Sal 95.
[5] Cf. 2ª Lectura: 1 Tes 1,1-5.
[6] Cf. In Matthaeum, 23.
[7] Cf. SAN JERÓNIMO, Catena Aurea, 5215.
[8] Cf. Aclamación: Flp 2, 15.16.
[9] Cf. JUAN PABLO II, Mensaje al presidente de la conferencia episcopal de Francia, Vaticano, 11 de febrero de 2005.
[10]Cf. Evangeli nuntiandi, 18.

