Tu eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia (cf. Mt 16, 13-20)
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El amor de Dios, de quien todo proviene y a quien todo se dirige[1], perdura eternamente[2]. Por eso, habiéndonos creado para ser felices, no nos abandonó al poder del mal y de la muerte cuando cometimos el error de desconfiar de él y pecamos, sino que envió a Jesús para salvarnos, darnos su Espíritu, convocarnos en su Iglesia, y hacernos hijos suyos, ¡partícipes de su vida por siempre feliz!
Para recibir este gran regalo, sólo hace falta aceptarlo. Por eso, como a los discípulos, Jesús nos pregunta: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Es decir: ¿Qué significo en su vida? La respuesta que demos es vital; de ella depende nuestro presente y nuestro futuro.
Quizá nos cueste trabajo responder a la pregunta de Jesús, porque el ritmo de vida actual no nos deja tiempo para reflexionar, ¡al contrario!; nos empuja a dedicar todo nuestro esfuerzo en lucir una buena figura, vestir a la moda, disfrutar sensaciones y emociones, y tener todas las cosas que el mercado nos vende. Y por si fuera poco, las penas y los problemas, que nunca faltan, nos mantienen tan ocupados, que es difícil pensar con claridad.
Todo esto nos puede llevar a preocuparnos sólo de nosotros mismos, hasta terminar encerrados y aislados, sin dejarnos ayudar y sin ayudar a otros, autocondenados a enfrentar solos tantas cosas, viviendo sólo el momento presente, sin ver con claridad la meta y el camino.
Por eso Jesús nos invita a abrirnos. Es lo que nos pide cuando pregunta: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”. “Sin saber lo que la gente piensa –comenta el Papa Francisco–, el discípulo se aísla y empieza a juzgar a la gente” [3]. Hay que saber escuchar a la familia, a los amigos, a los compañeros de estudio o de trabajo, a los más necesitados; compartir lo que sienten, lo que piensan, lo que viven, lo que anhelan.
Esta apertura nos permite escuchar a Dios, que nos habla a través de quienes envía para ayudarnos. Iluminado por el Padre, Pedro pudo responder a Jesús: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. Entonces él le dijo: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”. Así, como señala san Juan Crisóstomo, lo hizo pastor[4]. ¡Lo envió para ayudarnos a ver que Jesús es la meta y el camino!
Este servicio encomendado a Pedro continúa en su sucesor: el Papa, quien nos guía a la comunión con Cristo[5] ¡Así nos abre las puertas de la Casa del Padre[6]! Con esta confianza, y sabiendo que los poderes del infierno no prevalecerán sobre la Iglesia, dejémonos guiar por el sucesor de Pedro, sin que nada nos distraiga y nos haga perder el rumbo. Y con nuestras palabras y obras, compartamos con todos nuestra fe en Jesús, el Hijo de Dios, nuestro salvador. Porque de eso depende el presente y el futuro de la humanidad.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. 2ª Lectura: Rm 11,33-36.
[2] Cf. Sal 137.
[3] Homilía, 10 de noviembre de 2015.
[4] Homiliae in Matthaeum, hom. 54,2.
[5] Cf. BENEDICTO XVI, Audiencia general, 7 de junio 2006.
[6] Cf. 1ª Lectura: Is 22,19-23.