Salió el Sembrador a sembrar (cf. Mt 13, 1-23)
…
Esta vida, aunque tarde o temprano se termine, es maravillosa ¿Verdad? Sin embargo, también está plagada de penas y problemas ¿A poco no? Pero, ¡ánimo! Porque como dice san Pablo, estos sufrimientos, causados por el pecado que cometimos al desconfiar de Dios, no se comparan con lo que él nos tiene reservado al final[1].
¡Sí! El Padre ha enviado a Jesús, esa Palabra que cumple su voluntad de la que nos habla el profeta Isaías[2], para que, haciéndose uno de nosotros y amándonos hasta dar la vida, nos libere de la sequía mortal del pecado, nos comunique su Espíritu y nos haga dar el gran fruto de ser hijos suyos ¡Partícipes de su vida por siempre feliz!
Él ha hecho su parte; ha sembrado en nosotros la semilla de vida plena y eterna. A nosotros toca, como dice san Juan Crisóstomo, recibirla para que germine y de fruto[3]. Y para que examinemos cómo lo estamos haciendo y tomemos la decisión correcta, Jesús nos propone la parábola del sembrador.
¿Somos como ese camino que no deja que lo sembrado germine en él? Eso sucede cuando no nos interesa conocer la Palabra de Dios; entonces, a través de cualquier libro o película que hable en contra de Dios o de la fe, o de cualquier descortesía, mal ejemplo o escándalo en su Iglesia, el demonio nos arrebata esa semilla, que da sentido, plenitud y eternidad a la vida.
¿Somos como ese terreno pedregoso, donde lo sembrado sucumbe por falta de raíces? Eso sucede cuando de momento nos entusiasmamos por una canción, una reunión de oración o una plática, y nos decimos: “ahora sí le voy a echar ganas: iré a Misa cada domingo, entraré en algún grupo parroquial, dedicaré tiempo a mi familia, estudiaré más, trabajaré mejor, seré un ciudadano responsable y solidario con los necesitados”. Pero por ser superficiales e inconstantes, cuando nos llega una enfermedad, una pena o algún problema en casa, la escuela o el trabajo, mandamos todo a volar.
¿Somos como ese terreno entre espinas, donde lo sembrado queda sofocado? Eso sucede cuando, habiendo escuchado la Palabra de Dios, dejamos que nos ganen el egoísmo, las ocupaciones, las redes sociales, los videojuegos, los placeres, las malas amistades, los rencores, las envidias, los chismes, la ambición, la tranza, la corrupción y la avaricia ¡Pésima decisión! Porque como dice san Jerónimo, todo esto es pasajero[4].
Por eso, ojalá nos decidamos a ser como el terreno bueno, que recibe la Palabra de Dios y da fruto con ella. Eso depende de nosotros; de que le echemos ganas y nos dejemos ayudar por Dios, que, como dice el Salmo, nos cuida sin medida[5]. Él nos nutre a través de su Palabra, sus sacramentos –sobre todo la Eucaristía– y la oración, para que comprendamos que, como dice el Papa Francisco, también somos sembradores[6].
¡Sí! Dios nos envía a ser sembradores de comprensión, verdad, justicia, solidaridad, paciencia y perdón. En pocas palabras: sembradores de fe, esperanza y amor. Y aunque el terreno sea difícil en casa y en el mundo, imitemos a Jesús, que, como dice san Juan Crisóstomo, no escatimó semilla alguna[7] ¡Vale la pena! Sólo así podremos construir una familia y una sociedad mejores, y alcanzar la felicidad que no tendrá fin.
+Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
_____________________________
[1] Cf. 2ª Lectura: Rm 8,18-23.
[2] Cf. 1ª Lectura: Is 55,10-11.
[3] Homiliae in Matthaeum, hom. 44,3.
[4] Cf. Catena Aurea, 4318.
[5] Cf. Sal 64.
[6] Cf. Angelus, 3 de julio de 2014.
[7] Cf. Homiliae in Matthaeum, hom. 44,3.