Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados (cf. Mt 11, 25-30)
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¿Quién no se ha sentido agobiado por sus debilidades y pecados; por las enfermedades y las penas; por los problemas en casa, la escuela y el trabajo; por tanta injusticia, pobreza, corrupción y violencia que hay en el mundo; por la certeza de la muerte? Y quizá hemos buscado alivio en sensaciones agradables, llenándonos de cosas, y usando y desechando a los demás.
Pero entonces la carga se ha hecho más pesada. Porque como dice san Gregorio: “Es… una dura sumisión el estar sometido a las cosas temporales… el querer estar siempre en lo que es inestable… todas estas cosas que por la ansiedad de poseerlas nos afligían, nos atormentan después por miedo de perderlas”[1].
Cuando creemos que nos las sabemos todas y queremos todo para nosotros, terminamos complicándonos la vida. Como aquél joven recién egresado de la Universidad que en una entrevista de trabajo exigía un sueldo altísimo y un mes de vacaciones. “Vas a ganar el triple de lo que pides –dijo el director de la empresa–, además, te vamos a dar coche equipado y dos meses de vacaciones pagadas al lugar que elijas”. Sorprendido, el muchacho exclamó: “¿Está bromeando?”. A lo que el director respondió: “¡Tú empezaste!”.
“Al que busca lo imposible –escribe Cervantes–, es justo que lo posible se le niegue”[2]. Para que no andemos buscando la paz donde no se puede hallar, Dios, que es bueno y cariñoso con todas sus creaturas[3], ha enviado a su Hijo, quien amando hasta dar la vida, nos libera de la carga del pecado, nos muestra el camino que conduce al Padre, en quien somos por siempre felices, y nos da la fuerza de su Espíritu para que podamos recorrerlo ¡Él sí nos trae la paz![4].
Sólo Jesús puede hacerlo. Pero para aceptarlo necesitamos abrirnos a Dios, ser humildes. Porque quien es soberbio y cree que todo lo sabe, se cierra de tal manera que no ve más allá de sí mismo[5]. Quien se abre a Jesús, deja que el Espíritu Santo le ayude a elegir lo correcto para alcanzar una vida plena y eterna[6]. Y elegir lo correcto es ir a Jesús y seguir la receta de inmortalidad que nos da: aprender de él, que es manso, es decir, bueno, y humilde de corazón.
Se trata, como dice san Hilario, de ser más considerados con los demás, de amar a todos y buscar lo eterno[7]. “El «yugo» del Señor –comenta el Papa Francisco– consiste en cargar con el peso de los demás con amor” [8]. Unidos a Jesús, hay que tender una mano a quien se siente agobiado por la soledad, los problemas, las penas, la pobreza, la violencia ¡Hay que hacer algo! ¡Hay que ser responsables y participar!
Ir a Jesús no significa fugarse de la realidad en una espiritualidad virtual ¡No! Es unirse a Dios escuchando y haciendo vida su Palabra, recibiendo sus sacramentos, sobre todo la Eucaristía, y orando, para, llenos del poder de su amor, hacer algo por aliviar la carga de nuestra familia, de los vecinos, de los amigos, de los compañeros, de los más necesitados, y de los que formamos nuestro Municipio, nuestro Estado y nuestro México ¡Hay que entrarle, siendo buenas personas, buenos ciudadanos y buenos cristianos!
Y si la enfermedad, las penas o alguna dificultad nos hacen sentir que no podemos más, recordemos que Jesús nos dice: “Vengan a mí, que yo los aliviaré”. Él nos ama y nos ayuda a seguir adelante. Por eso, san Juan Pablo II decía: “Cuando todo se derrumba alrededor de nosotros, y tal vez también dentro de nosotros, Cristo sigue siendo el apoyo que no falla”[9]. ¡Confiemos en él!
+Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
[1] Moralia, 30.
[2] Don Quijote de la Mancha, Ed. Del IV Centenario, Ed. Santillana, México, 2005, 1ª Parte, Cap. XXXIII, p. 344.
[3] Cf. Sal 144.
[4] Cf. 1ª Lectura: Zac 9,9-10.
[5] Cf. SAN AGUSTÍN, sermones, 67,8: “Bajo el nombre de sabios y prudentes, se entiende los soberbios… pequeñuelos… los humildes”.
[6] Cf. 2ª. Lectura: Rm 8, 9.11-13.
[7]Cf. In Matthaeum, 11.
[8]Angelus, 6 de julio de 2014.
[9]¡Levantaos! ¡Vamos!, Ed. Plaza & Janés, México, 2004, p. 170.

