El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí(cf. Mt 10, 37-42)
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Dios es amor. Por amor creó todas las cosas. Por amor nos hizo a imagen suya para que fuéramos felices por siempre. Y aunque desconfiamos de él y pecamos, con lo que abrimos las puertas del mundo al mal y la muerte, no dejó de amarnos, sino que se hizo uno de nosotros en Jesús para salvarnos.
Amando hasta dar la vida, Jesús nos ha comunicado su Espíritu y nos ha hecho hijos de Dios ¡Así nos da una vida nueva, plena y eterna[1]! Solo necesitamos recibirlo y seguirlo. Imaginemos; si la mujer de Sunem y su esposo fueron bendecidos por recibir al profeta Eliseo[2], ¡qué sucederá si recibimos a Jesús!
¿Cómo se recibe a Jesús? Amándolo y siguiéndolo por el único camino que hace la vida plena y eterna: el amor. Quien ama a Jesús se une a Dios, que es amor, y así puede amar a los demás. De lo contrario, más que a las personas, amará lo que puede obtener de ellas. Y esta clase amor, como dice san Rábano, no es digno[3].
Preguntémonos, ¿cómo amamos a la esposa, al esposo, a los hijos, a los papás, a los hermanos, a la novia, al novio, a los amigos y a los demás? ¿Los amamos por lo que son, o por lo que nos dan?
Para amar debemos “conectarnos” a la fuente del amor: Dios, que ha venido a nosotros en Jesús. Por eso nos dice: “El que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mí”.
San Gregorio Magno explica que cargar la cruz significa dominar nuestra carne y compadecernos de las necesidades del prójimo[4]. “Seguir a Jesús –señala el Papa Francisco– comporta renunciar al mal, al egoísmo y elegir el bien, la verdad, la justicia, incluso cuando esto requiere sacrificio”[5].
Lo que Jesús nos ofrece no tiene precio ¡Nada se le puede comparar! Por eso vale la pena sacrificar todo lo que es transitorio para alcanzar lo que él nos da: una vida plena en casa, la escuela, el trabajo y la sociedad; la clave para vivir con libertad, justicia y paz, alcanzar un desarrollo integral que no excluya a nadie, y llegar a la eternidad.
Elijamos lo correcto: alabar a Dios y caminar a su luz. Así seremos felices por siempre. No tengamos miedo a las penas y problemas, porque él siempre será nuestro escudo y nuestra fortaleza[6] ¡A echarle ganas!
Obispo de Matamoros