Reciban el Espíritu Santo (cf. Jn 20, 19-23)
Hch 2,1-11
1 Cor 12,3b-7.12-13
Jn 20,19-23
El miedo encierra, aísla y paraliza. Pero,¿a qué le tenemos miedo?A las enfermedades, los problemas, las penas, las mentiras, los chismes, las injusticias, la pobreza, la violencia, la soledad y la muerte.
Y es que todo esto puede sucedernos en cualquier momento. Sin embargo, ¿puede ser vida una existencia dominada por el miedo?
“Ésa –señala el Papa–, no es la opción de una vida digna y plena, ése no es el deseo de Dios para nosotros”[1]. Por eso el Padre, creador de todas las cosas, ha enviado a su Hijo a rescatarnos del error que cometimos al desconfiar de él y pecar, con lo que abrimos las puertas del mundo al mal y la muerte, que tanto tememos.
¿Cómo nos ha salvado? Amando hasta hacerse uno de nosotros y dar la vida. Ahora, resucitado, viene a liberarnos del temor mostrándonos sus heridas, que nos demuestran que el amor es más poderoso que el pecado, el mal y la muerte ¡El amor es el auténtico poder, capaz de hacer triunfar la verdad, el bien y la vida!
Invitándonos a participar de ese poder, Jesús nos envía a amar, como el Padre lo envió a él. Y para que podamos hacerlo, nos comunica al Espíritu Santo, que es el amor capaz de renovarlo todo[2], llevándonos a la unidad, como sucedió en Pentecostés, donde gente de diferentes lugares oía hablar a los discípulos en su propia lengua[3].
¡El amor es un lenguaje universal que todos entendemos! Un lenguaje que atrae y que une. Un lenguaje que nos hace ver que somos un solo cuerpo[4]; lo que le pasa a uno, nos afecta a todos, porque nadie vive solo. Así, el amor nos hace capaces de comprender, de ser justos y serviciales, de perdonar y de pedir perdón.
Hablemos el lenguaje del amor en nuestra familia, en nuestros ambientes de vecinos, de noviazgo, de amistades, de estudio, de trabajo y de convivencia social. Sólo así podremos construir un mundo libre del temor; el mundo que Dios quiere y todos anhelamos.
Y si todavía tenemos miedo de amar, confiemos en Jesús que, como dice san Agustín, puede antrar aún cuando las puertas estén cerradas[5], para animarnos y comunicarnos al Espíritu Santo, que enciende en nosotros el fuego de su amor[6].
Que nuestra Madre, Refugio de los pecadores, que acompañó a los discípulos en Pentecostés, nos acompañe para que cada día sepamos recibir el poder del amor, que el Espíritu Santo nos puede dar.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros