Bauticen en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo (Mt 28, 16-20)
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Estamos con Jesús, presente en su Palabra, en la Liturgia, en la Eucaristía, en la oración y en las personas. En él se cumplen todos nuestros sueños, sobre todo el más grande: unirnos a Dios y ser felices por siempre. Pero quizá, como algunos discípulos, lo miremos con desconfianza.
La desconfianza es una barrera con la que intentamos protegernos al sentirnos vulnerables. Pero ese mecanismo de defensa, útil en algunas ocasiones, puede terminar por encerrarnos, alejarnos de los demás y condenarnos a la soledad y la desesperanza. Por eso necesitamos abrirnos; saber confiar.
¿Y cómo nace la confianza? Del trato, con el cual conocemos al otro. Por eso, es tan importante tratar con Jesús, en quien Dios se acerca a nosotros y se nos da a conocer. Ese Dios, creador de todo[1], que, siendo único[2], no es solitario: es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Cada uno Dios y Dios los Tres, dice san Gregorio Nacianceno[3].
Esta familia divina de Tres, como señala el Papa, ha venido para llamarnos a formar parte de ella[4]. Para eso nos creó; y aunque al pecar nos alejamos de él, nos envió a Jesús para que, amando hasta dar la vida, nos compartiera su Espíritu y así lleguemos a ser hijos de Dios, ¡familia suya!, partícipes de su vida por siempre feliz[5].
“El que era Hijo único de Dios –exclama san Agustín– hizo a muchos también hijos de Dios” [6] ¿Y qué nos pide? Que le ayudemos en esta misión. Por eso nos dice: “Vayan y hagan discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enséñenles a seguir todo lo que yo les he mandado”.
Jesús nos envía a la familia, a los vecinos, a los compañeros y a las demás personas, para ayudarles a vivir en la unidad del amor de Dios, teniendo presente que, como decía san Juan Pablo II, unidad no es uniformidad[7]. Se vale que tengamos diferente forma de ser, de sentir, de pensar, de hablar y de actuar. Es más, como explica Benedicto XVI, nuestra fe en la Santísima Trinidad nos hace valorar lo múltiple[8].
¿Cómo ser artesanos de unidad? Unidos a Dios, rogándole su ayuda y aprendiendo de él, que se nos hizo cercano y nos echó la mano. Hay que acercarnos a la familia y a los que nos rodean; dedicarles tiempo, dialogar y ayudarlos, siendo comprensivos, pacientes, justos, solidarios y serviciales, perdonando y pidiéndoles perdón, tendiendo presente aquello que decía san Juan XXIII: “Es mucho más fuerte lo que nos une que lo que nos divide”[9].
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. Sal 32.
[2] Cf. 1ª Lectura: Dt 4 32.34. 39-40.
[3] Cf. Orationes, 40, 41.
[4] Cf. Angelus, 22 de mayo de 2016.
[5] Cf. 2ª Lectura: Rm 8, 14-17.
[6] Sermón 171, 3.
[7] Cf. Audiencia, Miércoles 14 de diciembre de 1994.
[8] Cf. Introducción al cristianismo, Ed. Sígueme, Salamanca, 200, p. 152.
[9] En Juan Pablo II, Ut unum sint, 20.

