Hoy les ha nacido un salvador (cf. Lc 2,10-11)
Isaías 7,10-14
Romanos 1,1-7
Mateo 1,18-24
Era de noche. El pecado había oscurecido de tal manera al mundo que no podíamos vernos a nosotros mismos ni a los demás. Las sombras del egoísmo, el relativismo, el individualismo, el poder, el dinero y el placer nos engañaban y seducían, extendiendo por todas partes las tinieblas de la injusticia, la inequidad, la corrupción, la indiferencia, la violencia y la muerte.
Pero de pronto, en el lugar más pobre y sucio del mundo, comenzó un proceso decisivo que habría de cambiarlo todo definitivamente; Dios, creador de todas las cosas, hecho uno de nosotros nacía en Belén y era recostado por su Madre en un pesebre ¡Se cumplía la promesa!: “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz”(1).
Jesús es la luz que viene a quebrantar el pesado yugo del pecado que nos condena a la soledad, el sinsentido y la desesperanza. Viene a darnos su Espíritu y hacernos hijos de Dios. Viene a extender una paz sin límites. “Viene –dice san León Magno– a destruir el temor de la muerte y a darnos la esperanza dichosa. Que nadie se sienta excluido de esta alegría”(2).
Los pastores no se excluyeron de esta alegría. Ellos, que aún en la noche cumplían su responsabilidad cuidando sus rebaños (3), supieron oír al ángel y corrieron a encontrarse con Jesús. Su disponibilidad los capacitó para escuchar al mensajero de Dios. Si a pesar de todo el mal que nos rodea asumimos nuestra responsabilidad en casa y en la sociedad cuidando unos de otros, nos haremos receptivos a los mensajes de Dios, que nos habla a través de su Palabra, sus sacramentos, la oración, el prójimo y los acontecimientos.
Así encontraremos al Salvador, que, como dice el Papa, nos hace ver que “no estamos ya solos ni abandonados”(4). Reconozcámoslo, como supieron hacerlo María, José y los pastores, que a pesar de que cuando llegó la hora de su nacimiento todo se complicó y no hubo lugar en la posada, y del pobre y sucio pesebre donde estaba –que distaba mucho de la grandeza que se esperaba del Mesías–, no pensaron: “esto es una vacilada”.
María, José y los pastores creyeron ¡Hagámoslo también! A pesar de que el mundo nos enseñe que la única manera de lograr algo es con egoísmo, dinero, influencias y poder, no nos dejemos llevar pensando que el estilo de Dios no funciona. Miremos más allá; naciendo de esta manera, Jesús nos hace ver que el auténtico poder capaz de transformarlo todo es el amor.
Un amor que da fuerza para no “sacarle” cuando las cosas van mal en casa, el noviazgo, la escuela, el trabajo, la ciudad, el país, la Iglesia y el mundo. Un amor que, uniéndonos a Jesús, nos impulsa a “entrarle” y a proclamar su amor día tras día (5), llevando una vida sobria, justa y fiel a Dios (6), que contribuya al proceso que él ha iniciado para restaurarlo todo. Que María y José intercedan ante Jesús para que nos ayude a echarle ganas.
+Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
________________________________________________
(1) Cf. 1ª Lectura: Is 9,1-3.5-6.
(2) Cf. Sermón I, en la Natividad del Señor, 1-3: PL 54, 190-193.
(3) Cf. SAN BEDA, In hom. in nativ. Dom.
(4) Homilía en la Misa de medianoche de Navidad, 24 de diciembre de 2015.
(5) Cfr. Sal 95.
(6) Cfr. 2ª Lectura: Tit 2,11-14.