Vimos surgir su estrella y hemos venido a adorarlo (cf. Mt 2,1-12)
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Los magos de oriente, que no eran hechiceros sino científicos de su época, no eran de esos que se quedan sólo mirando los fenómenos o los acontecimientos, sino personas profundas que trataban de entender su significado, uniendo fe y razón. Por eso, cuando vieron un evento astronómino extraordinario, comprendieron que se trataba de una señal que les enviaba el Creador de todas las cosas para conducirlos hacia el Salvador.
Como ellos, seamos gente profunda y tratemos de comprender el significado de las cosas. Porque, como dice san Juan Crisóstomo, al igual que a los magos, Dios nos envía señales para econtrarlo a través de aquello que nos es familiar; personas, situaciones y acontecimientos[1]. Para reconocerlo, sólo hace falta que unamos fe y razón, y luego, que nos arriesguemos a ponernos en movimiento hacia donde él nos indica.
Así lo hicieron los magos ¿Por qué? Porque no eran de esos conformistas que se resignan a vivir sometidos a sus pasiones y que piensan que no vale la pena esforzarse para que las cosas mejoren en casa, la escuela, el trabajo, la Iglesia, la ciudad, el país y el mundo ¡No! Ellos sabían que Dios nos ha creado para lo grande, y se lanzaron a la aventura de encontrarse con él.
Como los magos, sintamos deseo de Dios; esa nostalgia que, como dice el Papa, lleva a romper aburridos conformismos e impulsa a comprometerse por ese cambio que anhelamos y necesitamos[2]. Y aunque a veces las penas y las dificultades en casa, la escuela, el trabajo y la sociedad nos hagan perder de vista las señales que nos animaban y guiaban, ¡nada de rendirse ni dar marcha atrás!
Los magos perdieron de vista la estrella, pero siguieron adelante y fueron al lugar donde era lógico encontrar al rey recién nacido: el palacio. Y aunque no estaba ahí, preguntaron por él a quien podía informarles. Como ellos, cuando no veamos claro en nuestra vida personal, familiar y social, acudamos a quien nos puede orientar: la familia, los buenos amigos, la Iglesia, aunque no sean perfectos.
Herodes, que de hecho era muy imperfecto, ni cuenta se había dado de lo que estaba sucediendo. Por eso al oír a los magos se sobesaltó. Pero Dios se valió de él para que, al consultar a los sumos sacerdotes y a los escribas acerca de lo que decían las Sagradas Escrituras, les hiciera saber dónde podían encontrar al Salvador: en Belén
Entonces los magos vieron surgir de nuevo la estrella que los condujo hasta Aquel que nos da la paz[3]. Y cuando lo tuvieron delante, no se decepcionaron de ver solamente a un niño débil con su madre en una humilde casa, sino que, iluminados por la fe, lo reconocieron como Dios y salvador de todos[4], y lo adoraron.
También sobre nosotros resplandece el Señor[5], que viene a liberarnos del pecado, darnos su Espíritu y hacernos hijos suyos. Encontrémoslo en su Iglesia y reconozcámoslo en su Palabra, en sus sacramentos –sobre todo en la Eucaristía–, en la oración, en la familia, en los compañeros, en la gente que nos rodea y en los más necesitados. Y dejándonos iluminar por él, volvamos a nuestra vida de cada día por un camino nuevo: el amor a Dios y al prójimo, que es el camino que conduce al progreso y a la vida por siempre feliz.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. Sobre el Evangelio de San Mateo, Homilía VI.
[2] Homilía en la Misa de la Epifanía del Señor, 6 de enero de 2017.
[3] Cf. Sal 71.
[4] Cf. 2ª Lectura: Ef 3,2-3.5-6.
[5] Cf. 1ª Lectura: Is 60,1-6.