Y mientras los bendecía, fue elevándose al cielo (cf. Lc 24, 46-53)
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Cuando una novela, una serie, un cuento o una historia tiene un final feliz, nos damos cuenta que todo tenía sentido, tanto las alegrías como los momentos difíciles.¡Eso es lo que nos enseña Jesús al subir al cielo, su trono[1]!
Antes de volver al Padre, nos hace ver que todo lo que vivió tenía sentido: “Está escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar”. Nada sucedió porque sí. Todo ha sido parte del proyecto amoroso de Dios, que lo envió a rescatarnos del pecado y de la muerte para llevarnos a él, con el poder del amor.
Ahora, como dice el Papa, después de hacer su trabajo, Jesús regresa al Padre, pero permanece con nosotros para siempre[2], en su Palabra, en la Eucaristía, en la Liturgia, en la oración y en el prójimo, ayudándonos a ver que el objetivo de nuestro viaje en esta tierra es llegar a la casa paterna, ¡al cielo!
¡Esa es la meta! “Tú serás igualmente llevado a los cielos –dice san Juan Crisóstomo–, porque así como la cabeza, es el cuerpo”[3]. “¡Cuál no será tu gloria y tu dicha! –exclama san Cipriano–: ser admitido a ver a Dios… gozar… en compañía de los justos… las alegrías de la inmortalidad alcanzada”[4].
¡Ese es el final por siempre feliz que nos aguarda! ¿Qué nos toca hacer para alcanzarlo? Cumplir la misión que Jesús nos ha confiado: ayudar a la familia y a los nos rodean a creer en él, que nos libera del pecado y nos une a Dios. Y para que podamos hacerlo, nos envía al Espíritu Santo, que es el amor.
¿Cómo estar listos para recibirlo? Lo dice el propio Jesús: “no se alejen de Jerusalén”[5]. Así, como explica san Gregorio, nos aconseja no dispersarnos[6], es decir, no andar distraídos ni divididos. Debemos concentrarnos y caminar juntos, sabiendo encontrar y escuchar a Dios, a nosotros mismos y a los demás.
Entonces el Espíritu Santo se manifestará y nos ayudará a distinguir lo que debemos decidir, hablar y hacer, incluso en los momentos más difíciles, teniendo presente cuál es la esperanza a la que nos llama Dios[7].
Que las penas y los problemas no te desanimen. Que las cosas, los placeres y los éxitos no te amarren. Recuerda que todo es pasajero. Date cuenta del final por siempre feliz que te espera con Dios, que te acompaña y te ayuda cada día para que, dando lo mejor de ti, ayudes a tu familia y a muchos a vivir mejor, a encontrarlo y alcanzar la dicha que nunca acabará.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. Sal 46.
[2] Cf. Regina Coeli, 1 de junio de 2014.
[3] Catena Aurea, 11450.
[4] Ep. 56,10.
[5] Cfr. 1ª Lectura: Hch 1,1-11.
[6] Cf. Regula pastoralis, part. 3, cap. 26.
[7] Cf. 2ª Lectura: Ef 1,17-23.

