Conviértanse, porque está cerca el reino de Dios (cf. Mt 4, 12-23)
Isaías 8,23-9,3
1 Corintios 1,10-13-17
Mateo 4,12-23
El pecado oscureció la vida, inyectándola de mal y de muerte. Desde entonces caminamos en las tinieblas del egoísmo y las propias pasiones; las enfermedades, las penas y los problemas en casa, el noviazgo, la escuela y el trabajo; la mentira, el desempleo, la angustia económica, la injusticia, la falta de equidad, la pobreza, la corrupción, la indiferencia y la violencia.[3].
¿Y qué pasa cuando todo está oscuro? Que al no ver, confundimos las cosas. Nos invade la incertidumbre. Tropezamos. Se hace difícil avanzar. Nos golpeamos con todo y caemos, una y otra vez. Y cuando esto se prolonga, sentimos miedo y desesperanza, al pensar que nada va a cambiar.
Pero Dios no nos deja solos; se hace uno de nosotros en Jesús para quebrantar la oscuridad que nos oprime y mostrarnos el camino[1]. Amando hasta dar la vida, nos libera del pecado, nos da su Espíritu y nos hace hijos de Dios, partícipes de su vida plena y eterna. Así nos ilumina para que veamos que el amor es el auténtico poder, capaz de hacer triunfar para siempre la verdad, el bien, la justica, la libertad, el progreso y la vida.
¡Jesús es nuestra defensa! ¿A quién podemos temer? Lo único que nos toca es decidirnos a seguirlo para salir adelante, teniendo clara la meta: gozar para siempre de la dicha del Señor[2]. Meta que se alcanza haciendo “equipo” con él, que, como a Pedro, Andrés, Santiago y Juan, nos invita a vivir en concordia[3], y a rescatar a la humanidad “de este mundo –dice Crisóstomo– tempestuoso y peligroso”[4].
Jesús nos invita a rescatar nuestro matrimonio y nuestra familia del egoísmo, la rutina, la soledad, los chismes, los pleitos y la infidelidad. A rescatar nuestra escuela del buillyng, y nuestro ambiente de trabajo de la competencia desleal. A rescatar a México y al mundo del individualismo y del descarte, que nos empujan a vivir defendiéndonos unos de otros.
Los apóstoles, como dice san Gregorio, “dejaron todo lo que creían poseer”[5], y siguieron a Jesús. ¡Hagamos lo mismo! Con él no perdemos nada, y lo ganamos todo. Dejémosle ayudarnos escuchando su Palabra, recibiendo sus sacramentos y platicando con él en la oración. De esta manera, como dice el Papa, seremos de aquellos que, “con su esfuerzo de cada día, hacen posible que esta sociedad mexicana no se quede a oscuras” [6].
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. 1ª. Lectra: Is 8,23-9,3.
[2] Cf. Sal 26.
[3] Cf. 2ª. Lectura: 1 Cor 1,10-13.17.
[4] Homiliae in Matthaeum, hom. 14,2.
[5] Homiliae in Evangelia, 5,1.
[6] Saludo del Santo Padre al final de la Misa en Ciudad Juárez, 17 de febrero de 2016.