El Espíritu del Señor está sobre mí (cf. Lc 4, 16-21)
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Los ojos de todos estaban fijos en Jesús, como lo están los nuestros ahora ¿Verdad? Fijamos la mirada en él porque esperamos que nos ayude a salir adelante y nos conduzca hasta alcanzar una vida por siempre feliz. Y hoy Jesús nos responde que sí; que en él se cumple todo lo que Dios había prometido y que tanto esperamos.
El Padre, creador de todas las cosas, lo ha enviado con la fuerza de su Espíritu de Amor para –como explican san Juan Crisóstomo, san Teofilacto y san Ambrosio– sacarnos de la cautividad del pecado, curarnos de la ceguera del egoísmo, liberarnos de la opresión de la muerte, unirnos a él y hacernos partícipes de su vida eterna[1].
Por eso, escuchar su Palabra y celebrarlo en sus sacramentos, especialmente en la Eucaristía, es nuestra fuerza[2]. Él nos da la fuerza de la fe, de la esperanza y del amor para salir adelante, incluso en los momentos más difíciles, cuando todo se ve oscuro y nos sentimos cansados de creer, de esperar y de amar.
Jesús nos hace ver que no podemos resignarnos a que las cosas sean como son; él, que nos ha hecho hijos de Dios y nos ha comunicado su Espíritu, nos invita a compartir su misión: transformar el mundo anunciando el Evangelio, que, como señala el Papa, convierte los corazones, sana las heridas y transforma las relaciones humanas[3]. Porque anunciar el Evangelio es proclamar que el verdadero poder, que lo mejora todo, es el amor, que en definitiva es Dios.
Y Dios, que es amor, nos ha unido a sí mismo y entre nosotros. Eso no significa que nos haya hecho a todos iguales. Cada uno somos únicos e irrepetibles, y por eso, diferentes de los demás. Precisamente, el que cada uno tengamos nuestra propia manera de ser, de sentir, de pensar, de hablar, de actuar, nuestras propias cualidades, experiencias, gustos y conocimientos, nos hace complementarios.
Por eso san Pablo, comparándonos con los miembros del cuerpo, nos recuerda que nos necesitamos unos a otros[4]. ¡Qué importante es comprenderlo! Sólo así valoraremos, respetaremos, ayudaremos y nos dejaremos ayudar por los demás; por la esposa, el esposo, los hijos, los papás, los hermanos, la suegra, la nuera, los compañeros de escuela o de trabajo, y toda la gente, especialmente los más necesitados.
No lo olvidemos: todos nos necesitamos. Y si a veces sentimos que nos cuesta trabajo aceptar a los demás, dejarnos complementar por ellos y testimoniarles el Evangelio, no nos desanimemos. Acudamos a Dios, nuestro refugio y salvación, y pidámosle que nos ayude a que lo busquemos siempre y nos dejemos transformar por él[5].
“Déjate transformar –aconseja el Papa–… El Señor cumplirá tu misión también en medio de tus errores y malos momentos, con tal que no abandones el camino del amor y estés siempre abierto a su acción” [6]. Con esta confianza, ¡a echarle ganas!
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. Catena Aurea, 9414.
[2] Cf. 1ª Lectura: Neh 8, 2-4.5-6.8-10.
[3] Cf. Ángelus, Domingo 24 de enero de 2016.
[4] Cf. 2ª Lectura: 1 Cor 12, 12-30.
[5] Cf. Sal 18.
[6] Gaudete et exultate, 24.