El Reino de Dios está cerca. Arrepiéntanse y crean en el Evangelio (cf. Mc 1,14-20)
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Alguien escribió: “Cuando sientas que todo termina… que todo frente a ti esta oscuro… Que la gente alrededor se aleja… Sal del cine que ya se acabo la película”. También esta vida se termina; se acaba la juventud, la belleza, la salud, los placeres, el cuerpo, los conocimientos, las cosas, el dinero ¡Todo!
Pero a veces se nos olvida. Por eso nos aferramos a ello ¡Cuidado! Porque como recuerda san Pablo, este mundo se termina[1]. De ahí la urgencia de revisar a qué nos estamos aferrando. No sea que lo estemos haciendo a lo que tarde o temprano se va a hundir, y terminemos hundiéndonos con ello para siempre.
Los ninivitas se aferraban al egoísmo y a la búsqueda insaciable de placeres y de cosas, usando a los demás. Y eso los estaba conduciendo a la destrucción. Pero Dios no los abandonó: envió a Jonás para ayudarlos a recapacitar. Ellos hicieron hicieron caso y se convirtieron de su mala vida, y así se libraron de la destrucción[2].
Con frecuencia nos parecemos a los ninivitas, ¿a poco no? Nos aferramos tanto a nuestro egoísmo, que lo queremos todo para nosotros y que los demás estén a nuestro servicio. Así nos volvemos manipuladores, envidiosos, chismosos, injustos, corruptos y rencorosos ¡Cuidado! Porque eso termina destruyendo el matrimonio, la familia, la sociedad y a nosotros mismos.
Pero el Padre nos quiere tanto que envía a su Hijo para ofrecernos algo muy diferente: el Reino de Dios, que consiste en unirnos a él de tal manera que nuestra vida sea plena y eternamente feliz. Lo único que hace falta es entrar libremente a este Reino, arrepintiéndonos de nuestra mala vida, corrigiéndonos y creyendo en el Evangelio.
San Jerónimo comenta: “El que desea la almendra de la nuez, rompe la cáscara”[3]. Si deseamos saborear una vida por siempre feliz, necesitamos liberarnos de la cáscara del pecado, que es desconfiar de Dios y buscar la felicidad lejos de él. Y habiendo roto esa cáscara, hay que creer en el Evangelio, que como recuerda el Papa, es el propio Jesús[4].
Creer en el Evangelio es seguir a Jesús, estar con él y vivir como nos enseña: amando a Dios, amándonos a nosotros mismos y amando a los demás. Así supieron hacerlo Simón, Andrés, Santiago y Juan, quienes, libres de las cosas pasajeras que atan, pudieron rescatar a muchos del mar del pecado y la muerte, y conducirlos a Dios, que hace la vida por siempre feliz.
Hagamos lo mismo. Liberémonos del pecado y de todo aquello que nos ata. Creamos en Jesús y sigámoslo por el camino del amor. Así podremos rescatar a nuestra familia y a nuestra sociedad del mar de la soledad, la mentira, la injusticia, la corrupción, la pobreza y la violencia, y ayudarles a encontrar a Dios, que está cerca de nosotros.
Y si nos sentimos demasiado débiles para hacerlo, ¡ánimo! Dejemos a Dios que nos fortalezca a través de su Palabra, sus sacramentos y la oración, rogándole con humildad y confianza: “Señor, haz que camine con lealtad” [5]. Y tengamos la seguridad que él no desoirá nuestra súplica.
+Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. 2ª Lectura: 1 Cor 7, 29-31.
[2] Cf. 1ª Lectura: Jon 3, 1-5.10.
[3] Catena Aurea, 6114.
[4] Cf. Angelus, 25 de enero de 2015.
[5] Cf. Sal 24.