Quédate con nosotros (cf. Lc 24, 13-35)
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Desilusionados. Así se sentían los discípulos. Lo que parecía un futuro maravilloso, había terminado en un tremendo fracaso; Jesús, al que creían el libertador que esperaban, finalmente había muerto en manos de sus enemigos. El mal y la muerte habían ganado. La ilusión se había estrellado con la realidad. No tenía caso seguir esperando. Y aunque algunas mujeres de su grupo les habían contado que unos ángeles les dijeron que estaba vivo y luego el propio Resucitado se les acercó, estaban tan replegados en sí mismos que no lo captaron.
Muchas veces nos sentimos igual: desilusionados. Desilusionados porque las cosas no han sido lo que esperábamos en nuestra vida, en nuestro matrimonio, en nuestra familia, en nuestro noviazgo, con los amigos, en la escuela, en el trabajo, en la Iglesia y en el mundo. Desilusionados, porque en lugar de realizarnos, progresar, vivir en paz y ser felices, nos hemos topado con enfermedades, penas, fracasos y problemas, y ahora, hasta con una pandemia que no solo nos ha cambiado la vida sino que amenaza con quitárnosla.
¿Pero qué pasa cuando nos dejamos dominar por la desilusión? Que ya no captamos los mensajes de amor y de esperanza que Dios nos envía a través de las personas y de los acontecimientos. Y hasta puede sucedernos que lleguemos a pensar que de nada sirve confiar en Dios y tratar de hacer las cosas bien; que es mejor, como los discípulos, ir a Emaús ¿Y que es Emaús? Lo explica san Juan Pablo II: “Es encerrarse en el propio mundo, desentenderse de los demás y dejar que cada uno se las arregle como pueda”[1].
Pero eso no lleva a ningún lado ¡Al contrario! Nos mete en el laberinto del sinsentido, la soledad, la desesperanza y el vacío sin final. Por eso Jesús no nos abandona; se acerca a nosotros a través de su Palabra, de sus sacramentos, de la oración y del prójimo. Nos acompaña. Escucha lo que nos pasa, lo que sentimos y lo que pensamos. Y nos ayuda a descubrir que aunque parezca que el mal y la muerte ganan, en realidad Dios nos saca adelante.
Así ha sido con el propio Jesús; a pesar de que sus enemigos se salieron con la suya y lo crucificaron, el Padre sacó adelante su proyecto: que con el poder del amor, amando hasta hacerse uno de nosotros, hacer siempre el bien y dar la vida, nos rescatara del pecado y nos diera la esperanza de ser felices por siempre junto a él[2], a quien el Padre resucitó y llevó al cielo, desde donde nos ha compartido su Espíritu de amor para que seamos hijos de Dios y podamos amar[3].
Esto es lo que Jesús hizo ver a los discípulos iluminando su mente y su corazón con la Palabra de Dios. Así, como dice el Papa, les ayudó a encontrar el sentido de la cruz[4]. También lo hace con nosotros; nos ayuda a comprender el sentido de su cruz y de nuestra cruz; esa enfermedad, esa pena, ese problema, ese fracaso, esta pandemia.
Pidámosle que se quede con nosotros. Pidámoselo si estamos confundidos, tristes, con miedo y desilusionados. Así comprobaremos que, como dice san Gregorio: “Él honra a los que lo invitan”[5]. Jesús iluminará con su Palabra nuestra inteligencia para que nuestro corazón arda de fe, esperanza y amor al mirar más allá de lo inmediato y descubrir que todo tiene sentido, porque Dios actúa y nos echa la mano para que alcancemos la meta de la vida por siempre feliz que nos ofrece[6], y que se alcanza haciendo las cosas como Jesús: amando y haciendo el bien.
Amemos y hagamos el bien siempre, en las buenas y en las malas. Interesémonos por los demás. Acerquémonos a la familia y a los que nos rodean, especialmente a los que más lo necesitan. Dediquémosles nuestro tiempo y nuestra creatividad. Escuchémoslos. Platiquemos con ellos. Tratémoslos bien. Oremos por ellos. Compartámosles nuestra fe y nuestra amistad con Jesús. Seamos comprensivos, pacientes, justos, serviciales, perdonemos y pidamos perdón. Así les ayudaremos a que su corazón y su vida ardan de fe, esperanza y amor, y puedan compartir con otros esta dicha, que todo lo transforma.
Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Homilía en la Santa Misa con los jóvenes, San Juan de los Lagos, México, 1990.
[2] Cf. 2ª Lecutra: 1 Pe 1,17-21.
[3] Cf. 1ª Lectura: Hch 2,14.22-33.
[4] Cf. Homilía en El Cairo, 29 de abril de 2017.
[5] Catena Aurea, 11425.
[6] Cf. Sal 15.

