Vino como testigo, para dar testimonio de la luz (cf. Jn 1, 6-8.19-28)
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Las cosas no andaban bien. Por eso muchos esperaban que alguien viniera a mejorarlo todo y a ofrecer un futuro. Y Dios, autor de cuanto existe, no abandonó a su pueblo; envió a su Hijo para curar nuestro corazón –que estaba quebrantado por el pecado–, para liberarnos de la cautividad del mal y de la muerte, para darnos su Espíritu y hacernos hijos suyos, ¡partícipes de su vida por siempre feliz[1]!
Por eso Juan, a quien envió para preparar a todos a recibir a Jesús, anuncia: “alguien viene detrás de mí, a quien no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias”. ¡Órale! El Bautista, como dice san Gregorio Magno: “Negó claramente lo que no era, pero no negó lo que era”[2]; un instrumento de Dios para ayudar a todos a encontrarse con él.
Pensemos cuántos han sido “juanes” para nosotros; quizá mamá, papá, los abuelos, algún pariente o amigo, la catequista, una religiosa, un seminarista, un sacerdote… personas que, cuando teníamos el corazón destrozado y estábamos prisioneros de la soledad, el sinsentido o la desesperanza, nos invitaron a acercarnos a Dios para experimentar su amor que, como dice la Virgen María: “colma de bienes a los hambrientos”[3].
¿Y saben qué? También nosotros podemos ser “juanes” para los demás. Por eso san Pablo aconseja: “No impidan la acción del Espíritu Santo, ni desprecien el don de profecía”[4]. Hay tantos que sufren pobreza, material o espiritual. Tantos con el corazón quebrantado por la soledad, la injusticia, el abandono o el dolor de no saber qué fue de un pariente desaparecido o que murió víctima de la violencia. Tantos cautivos del egoísmo, la superficialidad, las pasiones, el consumismo, la moda, la corrupción y la violencia.
¿Qué hacer? ¿Quejarnos? ¿Olvidarnos de que somos cristianos y dejarnos llevar por lo que sucede? Hoy muchos lo hacen. Por eso se están preparando para una Navidad sin Navidad, poniendo adornos y comprando regalos, pero olvidándose del gran festejado: Jesús, que por nosotros nace en Belén. Por eso estamos como estamos.
Pero si recibimos a Jesús y vivimos como nos enseña, orando, dando gracias y eligiendo lo bueno[5], ayudaremos a muchos a redescubrir que en él está la salvación; que en él, como dice el Papa, es posible encontrar la paz y la fuerza para afrontar cada día las diversas situaciones de la vida, incluso las más pesadas y difíciles, sabiendo que no estamos solos[6], y salir adelante.
Que Nuestra Madre, Refugio de los pecadores, nos obtenga de Dios la gracia de enderezar el camino de nuestra vida, de nuestro matrimonio, de nuestra familia, de nuestra comunidad y de nuestra Iglesia, y nos de la fuerza para ayudar a muchos a hacerlo también, conscientes de que de eso depende el presente y el futuro.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. 1ª. Lectura: Is 61,1-2.10-11.
[2] In Evang., hom 7.
[3] Cf. Salmo responsorial, tomado de Lc 1.
[4] Cf. 2ª. Lectura: 1 Tes 5,16-24.
[5] Ídem.
[6] Cf. Angelus, 14 de diciembre de 2014.

