Este es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo (cf. Jn 1, 29-34)
Isaías 49,3.5-6
1 Corintios 1,1-3
Juan 1,29-34
Hemos iniciado un tiempo que se llama “Ordinario” porque en él vamos a acompañar a Jesús en su vida de cada día para aprender a vivir como hijos de Dios, guiados por el Espíritu Santo: amando y confiando en el Padre, y amando y haciendo el bien a todos.
Así lo hace Jesús cuando el Padre, creador amoroso de todas las cosas, después de que desconfiamos de él y abrimos las puertas del mundo al mal y a la muerte, decidió rescatarnos; dijo: “Aquí estoy”[1], y se se hizo uno de nosotros[2], para hacernos pueblo de Dios[3].
Por eso el Bautista lo presenta como el “Cordero de Dios”, ya que amando hasta dar la vida nos libera del pecado y nos lleva a la tierra prometida[4]: “la unión con Dios –dice Benedicto XVI–, donde toda esperanza se ve cumplida”[5]. ¡Él es la luz que ilumina a todas las naciones[6]! Nos hace ver que el auténtico poder, capaz de hacer la vida plena y eterna, es el amor.
De esto da testimonio el Bautista. Así nos ayuda a comprender que Jesús, como dice san Juan Crisóstomo, “es Aquél que era esperado”[7]. Sí, él es la respuesta al deseo que tenemos de un amor que llene la vida, que le dé sentido a todo, que nos muestre el camino para alcanzar un desarrollo integral, y que no ofrezca una vida por siempre feliz.
Comprendiéndolo, recibámoslo en nuestra vida, en nuestra familia y en nuestra sociedad. Y demos testimonio de que él nos puede liberar del pecado que nos hace egoístas, que nos confunde al hacer que nos inventemos nuestra propia verdad, provocando que en el mundo crezcan la mentira, la soledad, la injusticia, la inequidad, la corrupción, la pobreza, la violencia y la muerte.
Demos testimonio de que siguiendo su camino de amor se pueden superar las envidias y los resentimientos, y construir una mejor familia, un mejor noviazgo, un mejor ambiente de vecinos, escuela y trabajo, y una sociedad en la que se respete la vida, la dignidad y derechos de cada uno, y se haga posible a todos alcanzar un desarrollo integral.
Que nuestra manera de ser, de pensar, de hablar y de actuar sea un testimonio de que Jesús es el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo.
+Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. Sal 39.
[2] Cf. Aclamación: Jn 1,14.12.
[3] Cf. 2ª Lectura: 1 Cor 1,1-3.
[4] Cf. Is 53, 7.
[5] Cf. Gesù di Nazaret, Ed. Rizzoli, Italia, 2007, pp. 41-42.
[6] Cf. 1ª. Lectura: Is 49, 3.5-6.
[7] In Ioannem, hom. 16.