Hemos encontrado al Mesías (cf. Jn 1, 35-42)
…
Dios siempre está cerca; nos busca y nos llama por nuestro nombre ¿Porqué? Porque nos conoce ¡Nos conoce a cada uno! ¿Y cómo no va a conocernos, si él nos ha creado? ¡Somos suyos! ¡Por eso nos ama! Y porque nos ama, nos llama a estar con él, en quien somos felices por siempre.
Pero respeta la libertad que nos dio. Por eso espera a que le respondamos lo que Samuel, guiado por el profeta Elí, le dijo: “Habla, que tu siervo te escucha” [1]. ¿Se lo decimos? ¿Estamos dispuestos a escucharlo cuando nos habla en la Biblia y en la Tradición; cuando nos habla en sus sacramentos, sobre todo la Eucaristía; cuando nos habla en la oración, o a través de papá, de mamá, de los hermanos, de los hijos, de los que nos rodean –especialmente los necesitados–, y de los acontecimientos?
Para escuchar se necesita actitud. Y esa actitud se llama “apertura”. Precisamente fue esa apertura la que hizo que los discípulos de Juan le hicieran caso cuando, señalando a Jesús, exclamó: “Éste es el Cordero de Dios”. Porque no estaban cerrados en sí mismos sino abiertos a Dios; porque no eran resignados ni conformistas, sino buscadores de algo mejor, escucharon. Y escuchando, pudieron comprender que Jesús era el Mesías que tanto esperaban; el Mesías que ha venido para liberarnos del pecado y unirnos a Dios.
Y no sólo lo comprendieron intelectualmente, sino que lo siguieron. No se quedaron en la teoría. Estuvieron dispuestos a compartir su vida; a vivir con él y como él. Por eso, cuando Jesús les preguntó: “¿Qué buscan?”, respondieron: “Maestro, ¿dónde vives?”. Así expresaron que buscaban estar con él y vivir como él, porque buscaban estar con Dios, que hace la vida por siempre feliz.
Entonces, contando con su libertad, Jesús, como explica el Papa, los introdujo en el misterio de la Vida, en el misterio de su vida[2]; los invitó a llenarse de su Espíritu de Amor para compartir la felicidad sin final de ser hijos de Dios. Una felicidad que consiste en amar, y que abarca la totalidad de nuestro ser, incluido nuestro cuerpo[3].
Lo que Andrés y el otro discípulo encontraron fue tan grande, que inmediatamente compartieron su alegría a los demás, invitándoles a ir a Jesús. Y es que quien se ha encontrado con Dios ama, y por que ama, procura la salvación de sus hermanos, como dice san Beda[4].
Hoy nosotros estamos aquí, en la Iglesia, donde vive Jesús, gracias a otros que nos han amado y nos han compartido la dicha de estar con él. Pero, ¿qué buscamos al seguirlo? ¿Que nos resuelva nuestros problemas, nos cure de una enfermedad o nos ayude a ganar la lotería? ¿O buscamos escucharlo, compartir su vida y vivir como él?
Sólo escuchándolo, compartiendo su vida y viviendo como él, nuestra vida será plena; tanto, que con nuestra forma de hablar y de actuar ayudaremos a los nuestros y a muchos a encontrarlo. Así, unidos a él, amando y haciendo el bien, le dejaremos que nos ayude a construir una familia y un mundo mejor, y a alcanzar la eternidad. ¡Hagámoslo! Que no nos desanimen nuestras debilidades, problemas y caídas. Abiertos a él, que puede sacarnos adelante, digámosle confiadamente: “Aquí estoy para hacer tu voluntad”[5].
+Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
______________________________
[1] Cf. 1ª Lectura: 1 Sam 3, 3b-10.19.
[2] Cf. Santa Misa con sacerdotes, consagrados, religiosas y seminaristas, Morelia, 16 de febrero de 2016.
[3] Cf. 2ª Lectura: 1 Cor 6, 13c-15a.17-20.
[4] Cf. Catena Aurea, 12141.
[5] Cf. Sal 39.