Este es mi hijo muy amado; escúchenlo (cf. Mt 17,1-9)
Génesis 12,1-4
2 Timoteo 1,8b-10
Mateo 17,1-9
La base de cualquier relación es la confianza. Y sólo se confía en quien se percibe bueno. Pero a veces nos equivocamos; confiamos en quien no debemos y desconfiamos de quien deberíamos confiar ¡Y cómo lo pagamos! Eso fue lo que pasó a los primeros padres; le creyeron al demonio y desconfiaron del Creador. Y con este pecado, abrieron la puerta del mundo al mal y la muerte.
Pero Dios nos ha rescatado haciéndose uno de nosotros en Jesús, quien, amando hasta dar la vida, ha hecho posible que seamos nuevamente felices por siempre, dándonos su Espíritu y haciéndonos hijos del Padre. ¿Qué nos toca hacer? Comprender que todas sus acciones son leales[1], confiar en él y seguirlo por el camino del amor, como hizo Abraham[2].
Sin embargo, a veces las penas y los problemas nos desaniman y nos empujan hacia otros caminos que no llevan a ningún lado. Pero Jesús no nos abandona; como hizo con Pedro, Santiago y Juan, nos lleva a Dios. Y transfigurándose, nos muestra lo que sucede cuando oramos: nos unimos tan íntimamente a Dios, que nos llenamos de su luz y la irradiamos a los demás, como dice Benedicto XVI[3].
¡Esta es la meta de la vida: estar con Dios! Y esto es posible gracias a Jesús. Por eso Moisés y Elías se aparecen y conversan con él, ya que en Jesús se alcanza la meta a la que conducen los Mandamientos y las profecías. Así lo confirma el Padre, que abrazándonos con la luz del Espíritu Santo[4], nos dice: “Este es mi hijo muy amado; escúchenlo”. ¡Él es el Salvador que ha hecho brillar la luz de la vida y la inmortalidad[5]!
Quien lo entiende, le dice lo que san Pedro: “Qué bueno sería quedarnos aquí”. Porque como señala Anastasio Sinaíta, nada es mejor ni más importante que estar con Dios[6], quien dándosenos a conocer, nos muestra la totalidad de lo real, lo que somos y lo que podemos llegar a ser. Por eso, el Papa dice que necesitamos “subir”, es decir, orar y escuchar a Jesús, y luego “bajar” y comunicar su luz a los demás[7].
Escuchemos a Jesús en su Palabra, sus sacramentos y la oración. Que no nos quiten esta oportunidad las preocupaciones, las ocupaciones y las cosas. Y con él, “bajemos” a la vida de cada día para irradiar la luz de su amor a la familia, a los compañeros de escuela y de trabajo, a los vecinos y a los más necesitados, sin dejarnos apagar por las penas y los problemas, mirando la meta que Dios nos tiene preparada.
Que Nuestra Madre, Refugio de pecadores, nos obtenga de Dios el don de la confianza, para que, escuchando a Jesús que nos dice: “Levántense y no teman”, nos pongamos en “forma” espiritualmente, sabiendo “subir” a Dios y “bajar” a los demás para comunicarles su amor.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. Sal 32.
[2] Cf. 1ª. Lectura: Gn 12,1-4.
[3] Cf. Gesù di Nazaret, Ed. Rizzoli, Italia, 2007, pp. 357-358.
[4] Cf. Orígenes, homilia 3 in Matthaeum.
[5] Cf. 2ª. Lectura: 2 Tim 1,8-10.
[6] Sermón en el día de la Transfiguración del Señor, 6-10.
[7] Cf. Angelus, 16 de marzo de 2014.