Preparen el camino del Señor (cf. Mc 1, 1-8)
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La vida es formidable. Pero hay momentos en que el panorama se pone oscuro y no vemos la salida; enfermedades, penas, problemas ¡Tantas cosas! Y ahora, hasta una pandemia que sigue echándonos a perder actividades, planes y proyectos, y que no deja de causar dolor, miedo, incertidumbre y muerte.
Pero en medio de todo eso, hoy escuchamos a Dios que dice: “Consuelen, consuelen a mi pueblo”[1]. ¡Qué maravilla! Aunque parezca lo contrario, él no se olvida de nosotros. Y no solo nos da una “palmadita”, sino que nos anima a seguir adelante haciéndonos ver el futuro inigualable y sin final que nos aguarda junto a él.
Para eso envió a Jesús, que se hizo uno de nosotros para liberarnos del pecado, compartimos su Espíritu y hacernos hijos suyos. ¡Esto es lo celebramos en Navidad! Y ese mismo Jesús, el Héroe de todos los héroes, que está siempre con nosotros echándonos la mano, volverá para culminar la obra que empezó.
Sin embargo, quizá sintamos que se está tardando; que ya debería venir para poner orden definitivamente en todas las cosas y llevarnos adelante. Pero lo que pasa, como explica san Pedro, es que nos tiene mucha paciencia y nos da tiempo para que pongamos de nuestra parte y así pueda hallarnos en paz, con él, con nosotros mismos y con los demás[2].
Por eso, a través del Bautista, nos invita a descubrir que él, a quien nada ni nadie puede compararse, llegará, y prepararnos a recibirlo, elevándonos a Dios a través de su Palabra, de la liturgia, de la Eucaristía y de la oración; rebajando nuestro egoísmo; enderezando nuestras intenciones torcidas; y quitando los obstáculos de la mentira, la manipulación, la injusticia, los chismes, los rencores, la corrupción, la indiferencia y la violencia, que nos hacen tropezar a nosotros mismos y a los demás.
San Jerónimo explica que quien se ama a sí mismo y no ama al prójimo, se aparta del camino, y que quien ama al prójimo pero no se ama sí mismo, se sale del camino[3]. Amémonos a nosotros mismos y dejémonos ayudar por Dios, que es capaz de salvarnos y de hacer que demos fruto[4]. ¿Cuál fruto? Un amor que nos haga llevar su consuelo a la familia y a los demás, especialmente a los más necesitados.
“El Salvador que esperamos –recuerda el Papa– es capaz de transformar nuestra vida… con la fuerza del Espíritu Santo, con la fuerza del amor… La Virgen María vivió en plenitud esta realidad… Que Ella, que preparó la venida del Cristo con la totalidad de su existencia, nos ayude a seguir su ejemplo y guíe nuestros pasos al encuentro con el Señor que viene” [5].
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. 1ª Lectura: Is 40,1-5.9-11.
[2] Cf. 2ª Lectura: 2 Pe 3, 8-14.
[3] Cf. Catena Aurea, 6102.
[4] Cf. Sal 84.
[5] Cf. Angelus, 10 de diciembre de 2017.