El Espíritu impulsó a Jesús a retirarse al desierto (cf. Mc 1, 12-15)
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Así como el Espíritu impulsó a Jesús a retirarse al desierto para unirse más al Padre, ahora nos impulsa a nosotros a vivir con él la experiencia maravillosa de la Cuaresma para volver a Dios y alcanzar en él la felicidad sin final del auténtico amor.
¡Cómo necesitamos esta oportunidad! Porque en esta vida, como dice san Beda, tanto en la prosperidad como en la adversidad, Satanás no deja de poner obstáculos a nuestro camino[1]. ¿Porqué lo hace? Por envidia; porque no soporta que alguien posea la felicidad que él libremente perdió.
¿Y qué sucede cuando nos dejamos enredar por el tentador? Que nos desviamos hasta instalarnos en la morada del amor extinguido, con lo que contribuimos a que el mal se extienda en casa y en el mundo, obligándonos a nosotros mismos y a los demás a vivir en medio del salvajismo del egoísmo, la infidelidad, la envidia, el rencor, la mentira, la injusticia, la pobreza, la corrupción y la violencia.
Por eso, aunque tengamos muchas cosas importantes que hacer, como atender la casa, estudiar y trabajar, es indispensable darnos tiempo para descubrir el porqué y el para qué de todo esto, y, sobre todo, el sentido y la meta de la vida. Es lo que Jesús enseña cuando dice que no sólo vivimos del alimento material, sino también de toda Palabra que sale de la boca de Dios[2], que nos creó por amor y quiere que vivamos[3].
¡Él quiere que vivamos para siempre! Para eso se hizo uno de nosotros en Jesús; para liberarnos del pecado y sus consecuencias: el mal y la muerte; para darnos su Espíritu y hacernos hijos suyos, partícipes de su vida plena y eterna, que nos comunica en el bautismo.
Sólo hace falta que nos comprometamos a vivir con una buena conciencia[4], haciendo caso a Jesús que nos pide que nos convirtamos y creamos en el Evangelio. Para ello necesitamos escuchar su Palabra, recibir la fuerza de sus sacramentos, y “ponernos en forma” mediante el “entrenamiento” que él no da: oración, limosna y ayuno.
La oración, como explica el Papa, nos hace descubrir la verdad y nos permite superar el autoengaño; la limosna nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es nuestro hermano; y el ayuno nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable, y nos hace estar más atentos a Dios y al prójimo[5].
Dios, nuestro salvador y nuestra esperanza, nos guía por la senda recta[6]. Por nuestro bien y el de los demás aprovechemos esta Cuaresma que él nos regala. Porque en medio del ruido y las distracciones sólo se oyen las voces superficiales; en cambio, en el encuentro con Dios, entramos en la profundidad, donde, como señala el Papa: “se juega verdaderamente nuestro destino, la vida o la muerte” [7].
Que Nuestra Madre, Refugio de los pecadores, nos acompañe en este camino cuaresmal, para que, unidos a Dios, con Jesús y como Jesús, venzamos al tentador y podamos alcanzar el triunfo del amor, que hace la vida por siempre feliz.
+Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. Catena Aurea, 6112.
[2] Cf. Aclamación: Mt 4, 4.
[3] Cf. 1ª Lectura: Gn 9, 8-15.
[4] Cf. 2ª Lectura: 1 Pe 3, 18-22.
[5] Cf. Mensaje para la Cuaresma 2018.
[6] Cf. Sal 24.
[7] Cf. Angelus, 22 de febrero de 2015.