Vimos surgir su estrella y hemos venido a adorarlo (cf. Mt 2,1-12)
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¿No te ha pasado que, animado por el brillo de un amor, de un proyecto, de una ilusión, te arriesgarte a darlo todo para alcanzarlo, pero de pronto ese resplandor desapareció y te quedaste sin rumbo? Algo así le sucedió a los reyes magos.
Aquellos científicos de su época no se conformaban con una parte de la realidad; querían conocer la realidad completa. Por eso, cuando vieron un evento astronómico, tratando de descubrir qué significaba, unieron razón y fe. Así comprendieron que era la señal de que había nacido el Salvador, que el Creador enviaba[1]. Entonces, deseosos de encontrarlo, se pusieron en marcha.
Pero ya de camino, perdieron de vista la estrella que los guiaba. ¿Y qué hicieron? ¿Se enojaron? ¿Se decepcionaron? ¿Mandaron todo a volar? ¿Se resignaron a volver a su vida de antes? No. Teniendo clara la meta, siguieron adelante. Buscaron ayuda. Hablaron, preguntaron y escucharon. Y Dios, que dirige todo y que se vale incluso de quien menos lo esperamos, los orientó. ¡Entonces la estrella reapareció y los condujo a Jesús!
También sobre ti resplandece Dios[2], que te envía muchas señales para que encuentres a Jesús. Pero quizá las penas, las dificultades y las seducciones de esta vida te impidan verlas, de tal manera que ahora ya no sepas cómo conocerte y valorarte. Cómo liberarte de actitudes y vicios que te están dañando. Cómo dedicar más tiempo a tu matrimonio, a tu familia y a los demás. Cómo escucharlos y platicar sin pelear. Cómo reconciliarte con ellos. Cómo dejarte ayudar y cómo ayudarlos, y así contribuir a que las cosas mejoren en casa y en el mundo.
¿Qué hacer? Imitar a los reyes magos. Busca, habla y escucha, sin prejuicios. Porque Dios puede ayudarte a través de todos; de papá, de mamá, de un hijo, de un hermano, de un compañero, y hasta de quien parece menos idóneo. Así, sabiendo escuchar, tomarás, como señala san Gregorio, el camino que lleva al cielo[3].
Ese cielo es Dios, hecho uno de nosotros en Jesús, a quien hoy puedes encontrar en su Palabra, en la Liturgia, en la Eucaristía, en la oración y en el prójimo. Adóralo. Déjale que te una a su cuerpo, la Iglesia, y que te comparta su Espíritu para que seas hijo de Dios, partícipe de su vida por siempre feliz[4], que consiste en amar y hacer el bien.
“Como los magos –dice el Papa–, escuchemos el deseo del corazón, sigamos la estrella que Dios hace resplandecer sobre nosotros… permanezcamos abiertos a (sus) sorpresas… soñemos, busquemos, adoremos” [5].
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. Sal 71.
[2] Cf. 1ª Lectura: Is 60,1-6.
[3] Cf. Homiliae in Evangelia, 10,7.
[4] Cf. 2ª Lectura: Ef 3,2-3.5-6.
[5] Solemnidad de la Epifanía del Señor, 6 de enero 2022..