Si perseveran con paciencia, salvarán sus almas (cf. Lc 21,5-19)
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A veces vivimos como si este mundo fuera para siempre. Pero no es así. Imperios que parecían indestructibles, han terminado. Cosas que fueron necesarias, han sido desplazadas. Personas que tuvieron dinero y poder, hace mucho que murieron.
Ahí está el Imperio Romano, que extendió su influencia por Europa, África del Norte y Oriente Próximo durante siglos, hasta que colapsó, primero en Occidente en el siglo V y luego en Oriente en el siglo XV. Cosas, como la máquina de escribir, el Fax, el Disquete, el Walkman y los libros de mapas, han sido desplazados por la computadora, el internet, la memoria USB, Spotify y el GPS. ¿Y dónde están ahora Alejandro Magno (356-323 a.C.), Cleopatra (69-30 a.C), Catalina la Grande (1729-1796) y Napoleón Bonaparte (1769-1821)?
Por eso, para que no nos enganchemos a las cosas y a las situaciones que terminan, Jesús nos repite lo que dijo a sus conciudadanos, que ponderaban la solidez del Templo de Jerusalén: “todo será destruido”. Y así sucedió. Ese magnífico edificio fue arrasado por las tropas romanas en el año 70. Porque como dice san Ambrosio: “nada hay de lo hecho por el hombre que no sea destruido”[1].
Pero no solo se terminan la belleza, la juventud, el placer, el dinero, el poder y las cosas; también se acaban las enfermedades, las penas, las injusticias, los problemas, la insatisfacción, el dolor por el fallecimiento de un ser querido, y hasta la muerte. ¿Eso significa que debemos despreciar las cosas terrenas y desinteresarnos por lo que pasa en el mundo? ¡Al contrario! Tomar conciencia de que todo en esta tierra es pasajero nos hace realistas. Nos permite valorar cada cosa y darle su lugar, conscientes de que la existencia no termina con esta vida, sino que se transforma en una sin final[2].
Eso nos hace avanzar, aprovechando el tiempo y superando los obstáculos, hasta llegar a la casa del Padre, en quien seremos felices por siempre. De ahí que Jesús nos invite a perseverar, sin dejarnos encadenar por la confusión, el pánico y la desesperación, confiando en que él siempre nos echará la mano para que demos testimonio y salgamos adelante. ¡Todo acabará bien para los que aman a Dios y viven amando como él enseña[3]!
Esa seguridad nos da alegría, aún en las dificultades[4]. Nos anima a hacer lo que nos toca, sin ser una carga para los demás[5]. Nos da, como dice el Papa, una actitud positiva ante la historia[6]. Nos fortalece para construir una familia y un mundo mejor, teniendo presente que, como decía san Gregorio: “sería un caminante insensato el que, contemplando el paisaje, se olvidara del término de su camino”[7].
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] En Catena Aurea, 1105.
[2] Aclamación: Lc 21,28.
[3] Cf. 1ª Lectura: Mal 3,19-20.
[4] Cf. Sal 97.
[5] Cf. 2ª Lectura: 2 Tes 3, 7-12.
[6] Cf. Ángelus, 17 de noviembre de 2019.
[7] Sobre los evangelios, homilía 14, 6.

