Las jóvenes prudentes (cf. Mt 25,1-13)
…
Como muchos de nosotros, san Agustín experimentó la pena de perder a sus seres queridos. “El dolor ensombreció mi corazón –recuerda–… Me convertí en un oscuro enigma para mí mismo…
La vida me era insoportable, pero tenía miedo de morir”[1]. Pero encontró lo que tanto buscaba: la sabiduría, que es radiante y no se termina[2]: a Dios, que en Jesús se hizo uno de nosotros para liberarnos del pecado y unirnos a él, que hace la vida por siempre feliz[3].
Así, iluminado por la Sabiduría, san Agustín creyó en Jesús, muerto y resucitado, por quien Dios lleva consigo a los que han muerto[4]. Entonces, mirando todo con claridad, pudo exclamar: “Dichoso el que te ama… pues el único que no pierde a sus seres queridos es el que los quiere y los tiene en Aquel que no se pierde”[5].
¡Sí! Gracias a Jesús, que amando hasta dar la vida nos ha liberado del pecado y de la muerte, nos espera una vida por siempre feliz. “¡Cuál no será tu gloria y tu dicha! –dice san Cipriano de Cartago–: ser admitido a ver a Dios… gozar en el Reino de los cielos en compañía de los justos… las alegrías de la inmortalidad alcanzada”[6].
Sin embargo, a nosotros toca estar preparados, como enseña Jesús a través de la parábola de las diez jóvenes invitadas a la fiesta de bodas, de las cuales cinco, aunque tenían la lámpara de la fe, no tenían el aceite del amor para alimentarla[7], y cuando llegó el novio se quedaron fuera, mientras que las otras, que sí lo tenían, entraron al banquete.
Lo que se juega es tan grande, que, como dice el Papa, debemos colaborar con la gracia de Dios ahora[8]. Así lo comprendió santa Fabiola. Por eso se dedicó con entusiasmo a conocer la Palabra de Dios, a recibir los sacramentos, y a ayudar a los más necesitados. “Ella –dice san Jerónimo– fue la primera que fundó un hospital para recoger a los enfermos de las plazas públicas… ¡Cuántas veces lavó las llagas, que otros ni se hubieran atrevido a mirar!… Y como en todo momento se estaba preparando, la muerte no pudo hallarla desprevenida” [9].
¿Y nosotros? ¿Estamos preparados? No nos descuidemos. Es lo más importante en la vida, lo definitivo. Alimentemos la lámpara de la fe que Dios nos ha regalado con el amor; amándolo a él y recibiendo su amor a través de su Palabra, de la Liturgia, sobre todo de la Eucaristía, y de la oración; y amando y haciendo el bien a la familia, a los amigos, a los vecinos, a los compañeros, a los más necesitados.
Hagámoslo, teniendo presente aquello que decía san Gregorio: “al que tiene la firme decisión de llegar a término ningún obstáculo del camino puede frenarlo en su propósito. No nos dejemos seducir por la prosperidad, ya que sería un caminante insensato el que, contemplando la amenidad del paisaje, se olvidara del término de su camino”[10].
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
_______________________________________
[1] Confesiones, Libro IV, Cap. IV, 3 – VI, 1.
[2] Cf. 1ª Lectura: Sb 6, 12-16.
[3] Cf. Sal 62.
[4] Cf. 2ª Lectura: 1 Tes 4,13-18.
[5] Confesiones, Libro IV, Cap. IX, 1
[6] Ep. 56,10.
[7] Cf. San Hilario, In Matthaeum, 27.
[8] Cf. Ángelus, 12 de noviembre de 2017.
[9] Carta 77, 6. 9.
[10] Homilía 14, 6.