Hoy tengo que hospedarme en tu casa (cf. Lc 19,1-10)
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Monseñor Egan ordenaba a unos diáconos en una parroquia del Bronx, cuando un hombre herido entró pidiendo ayuda. La Madre Teresa corrió a atenderlo. Al terminar la Misa, un joven se ofreció a llevar a casa al Obispo. Y al llegar, le dijo: “Yo estaba en la Sacristía cuando llevaron al hombre ensangrentado. Su lenguaje era terrible. Pero la forma en que la Madre Teresa, las religiosas y el Párroco lo atendieron fue maravillosa. ¡Hicieron lo que Jesús enseña!”. Y luego de una pausa, añadió: “Estoy ganando mucho dinero. Pero necesito formar parte de lo que he visto esta tarde. El dinero no basta. Necesito algo más”[1].
Como aquel joven, Zaqueo tenía un buen puesto y ganaba mucho dinero. Pero no estaba satisfecho. Sentía que hay algo más. Alguien infinitamente grande que le da sentido a la vida: Dios. Por eso quiso conocer a Jesús. Y aunque encontró obstáculos, le echó ganas. ¿Y qué pasó? Que Jesús, en quien Dios se compadece de todos[2], lo vio, lo llamó y le cambió la vida. ¡La hizo plena y eterna!
Precisamente a eso vino. Siendo Dios, se hizo uno de nosotros para, amando hasta dar la vida[3], rescatarnos del pecado[4], unirnos a su cuerpo, la Iglesia, compartirnos su Espíritu y llevarnos al Padre, en quien somos felices por siempre. ¡Démonos cuenta! No nos conformemos con la pequeñez de una existencia cómoda y divertida. Reconozcamos que hay algo más, o mejor dicho, alguien más, que le da sentido a todo, y dejémonos encontrar por él.
Sin embargo, quizá enfrentemos obstáculos: enfermedades, penas, problemas y un ambiente que hace que no esté de moda pensar en Dios, escuchar su Palabra, ir a Misa, hacer oración o abrirse al prójimo. Pero no dejemos que nada nos detenga. Echémosle ganas sabiendo que, como señala san Ambrosio: “Dios no rechaza a quienes ve, porque purifica a quienes mira”[5]. ¡Él nos ayuda a encontrarlo y a ser mejores[6]!
Zaqueo, como dice el Papa: “Encontrándose con el Amor, descubriendo que es amado a pesar de sus pecados, se vuelve capaz de amar a los demás”[7]. Jesús nos llena tanto de su amor, que vemos con claridad. Así, como decía san Juan Pablo II, nos damos cuenta de los demás y de sus necesidades[8]. Entonces nos hacemos capaces de compartir con ellos lo que somos y tenemos.
Restituyamos a la familia y a los que nos rodean, especialmente a los más necesitados, el tiempo, el respeto, la atención, el cariño y las cosas de las que los hemos privado, conscientes de que, como explica san Ambrosio: “no está el crimen en las riquezas, sino en no saber usar de ellas”[9]. Así como Jesús nos echa la mano, echémosle la mano a los demás, para que él pueda decir: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa”.
+ Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. EGAN Edward Michael, Homilía en la toma de posesión como Arzobispo de Nueva York, 18 de Junio de 2000.
[2] Cf. 1ª. Lectura, Sb 11,22-12.2.
[3] Cf. Aclamación: Jn 3, 16.
[4] Cf. Sal 144.
[5] De interpellatione David, IV, 6, 22.
[6] Cf. 2ª Lectura: 2 Tes 1,11-2,2.
[7] Ángelus, 3 de noviembre 2019.
[8] Homilía en Elk, 8 de junio de 1999
[9] En Catena Aurea, 10901.