Tu fe te ha salvado (cf. Lc 17,11-19)
…
Los leprosos, desfigurados y convertidos en fuente de contagio, tenían una vida triste y solitaria. Y quizá estemos viviendo algo semejante. Porque el pecado nos desfigura y nos hace contagiosos para la familia y los demás; los desfiguramos con nuestros gestos, nuestras actitudes, nuestras indiferencias, nuestras palabras, nuestras acciones y nuestras omisiones.
Pero aquellos leprosos no se resignaron. Fueron a Jesús y le dijeron: “¡Maestro, ten compasión de nosotros!”. Entonces él les dijo: “Vayan a presentarse a los sacerdotes”. Esto, porque de acuerdo a la Ley de Moisés, a los sacerdotes les correspondía constatar si alguien había sanado. De esta manera, como explica san Teofilacto, Jesús les asegura que se recuperarán[1].
¿Y qué hicieron ellos? No se decepcionaron de que no los hubiera curado al instante, sino que creyeron en él e hicieron lo que les mandó. Y mientras iban juntos de camino, recobraron la salud. ¡El encuentro con Jesús les cambió la vida! Y no solo a ellos, sino también a su familia, a sus amigos y a muchos más.
Sin embargo, de los diez leprosos curados, solo uno volvió para agradecerle. Los otros siguieron con su vida, sin acordarse de su bienhechor. Esto nos debe hacer pensar. Porque habiendo perdido la semejanza divina a causa del pecado, Jesús se encarnó y nos amó hasta darlo todo para hacer que la recuperáramos y así participemos de su vida por siempre feliz.
¿Lo reconocemos? ¿Somos como el leproso agradecido? ¿O somos como los otros nueve, que retomaron su vida, sin pensar en Jesús? Hoy muchos están actuando así; después de la pandemia, han regresado a sus ocupaciones, van a tiendas, restaurantes, fiestas y viajan… pero no han vuelto a la Iglesia para participar en la Eucaristía, que precisamente significa: “Acción de gracias”.
El general sirio, Amán, reconociendo que Dios lo había curado, se comprometió a adorarlo solo a él[2]. En cambio, quizá nosotros, habiendo recibido tanto de Dios, le estemos dando prioridad a nuestros gustos, a nuestra comodidad, a las diversiones, al juego, al dinero, a la televisión, al teléfono, a las redes sociales.
Dios ha hecho maravillas por nosotros[3]. Unidos a Jesús en su Palabra, en la Eucaristía, en la Liturgia, en la oración y a través del prójimo, seamos agradecidos con él y con los demás[4]. “Gracias –dice el Papa– es la palabra más sencilla y beneficiosa” [5]. ¿Por qué? Porque nos hace sentirnos amados y descubrir que tenemos mucho amor para compartir, amando y haciendo el bien, y así, ser por siempre felices con Dios[6].
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
_______________________________
[1] Cf. En Catena Aurea, 10711.
[2] Cf. 1ª Lectura: 2 Re 5,14-17.
[3] Cf. Sal 97.
[4] Cf. Aclamación: 1 Tes 5, 18.
[5] Homilía en la canonización del beato J. H. Newman y otros beatos, Domingo 13 de octubre de 2019.
[6] Cf. 2ª Lectura: 2 Tim 2, 8-13.