¡Auméntanos la fe! (cf. Lc 17,5-10)
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Quizá más de una vez, como el profeta Habacuc, le hayamos dicho a Dios: “¿Hasta cuando, Señor, pediré auxilio sin que me escuches?”[1]. Y es que probablemente, por más que le hemos rogado que nos cure de una enfermedad, que sane a un familiar, o que nos ayude a salir de un problema, nada ha pasado. En cambio, a los que se portan mal, todo les sale bien.
Sin embargo, al igual que al profeta, Dios nos responde: “Es todavía lejano, pero… no fallará. El justo vivirá por su fe”[2]. Así nos hace ver que al final todo acabará eternamente bien para aquel que confía en él, lo ama y ama a su prójimo. Para eso envió a su Hijo, que, amando hasta dar la vida, nos ha liberado del pecado, nos ha compartido su Espíritu y nos ha hecho hijos suyos.
Créelo. No endurezcas tu corazón[3]. No te cierres adolorido por el sufrimiento y la desesperación. No pienses que eso es solo un sueño y que en realidad nada va a cambiar. Date cuenta de que todo en esta tierra es transitorio y mira hacia la meta. Y si te faltan fuerzas, pídele al Señor, como los apóstoles, que aumente tu fe. Esa fe que Jesús compara con una semilla de mostaza y con un siervo disponible.
Esto, porque la fe, aunque sea pequeña, puede lo humanamente imposible, ya que, quien tiene fe, se apoya en Dios, que lo puede todo. “Es la fe –comenta el Papa– la que nos da la capacidad de mirar con esperanza los altibajos de la vida, la que nos ayuda a aceptar incluso las derrotas y los sufrimientos, sabiendo que el mal no tiene la última palabra” [4].
Quien tiene fe, mira la totalidad de lo real y el recorrido completo. Descubre que todo lo que es y tiene viene de Dios. Se siente agradecido con él. Comprende que, como dice Benedicto XVI, somos sus siervos, no sus acreedores[5]. Y que, como hijos suyos, debemos ser generosos con los demás, sin exigir agradecimientos.
La fe es un regalo maravilloso, que te permite ver bien para seguir adelante, hasta llegar a la meta. Por eso, pídele a Dios que aumente tu fe, a través de su Palabra, de la Eucaristía, de la Liturgia, del prójimo y de la oración. Así podrás dar testimonio de Jesús[6], teniendo presente aquello que decía san Agustín: “como somos nosotros, así son los tiempos… Oremos al Señor… Sabe cómo gobernar lo que él creó; haz lo que mandó y espera lo que prometió” [7].
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. 1ª. Lectura: Ha 1,2-3;2,2-4.
[2] Ídem.
[3] Cf. Sal 94.
[4] Ángelus, 6 de octubre 2019
[5] Cf. Homilía en Palermo, 3 de octubre 2010.
[6] Cf. 2ª Lectura: 2 Tim 1,6-8. 13-14.
[7] Sermón 80, 8.