El que no está contra nosotros está a favor nuestro (cf. Mc 9,38-43.45.47-48)
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Iba un conductor por la carretera, cuando de pronto tuvo que esquivar un coche que salió de una curva e invadió su carril. El otro pasó y le gritó: “¡Burro!”. Enojado le contestó: “¡Cerdo!”. Dio la vuelta en la curva… y chocó contra un burro. El otro no lo había insultado, sino que trató de prevenirlo. Pero él no supo entender.
¿Cuál fue la causa? La soberbia, que nos hace desconfiar del bien que la gente más inesperada puede hacer. Eso fue lo que sucedió a los discípulos, que, al ver a uno que hacía el bien en nombre de Jesús, se lo prohibieron, porque no era de su grupo. Creyeron que habían hecho bien. Pero en realidad, su cerrazón no les permitió apreciar lo que hacía y hasta lo bloquearon, impidiendo con eso que muchos fueran beneficiados.
Quizá también nosotros seamos así. En lugar de reflexionar en los consejos de papá o de mamá, decimos: “Ustedes no me entienden”. En lugar de meditar lo que los hijos expresan, exclamamos: “Tú que vas a saber, eres un huerco, te falta experiencia”. En lugar de escuchar a la pareja cuando intenta hacernos ver algo, comentamos: “Esas son ideas tuyas”.
Esto, porque la soberbia, que nos hace desconfiados, nos empuja a encajonar a las personas en “amigo/enemigo”, “nosotros/ellos”, como explica el Papa[1]. Sin embargo, muchas veces Dios actúa a través de quienes menos lo esperamos. ¿Qué se necesita para descubrirlo? Apertura.
San Beda lo comprendió. Por eso decía: “no debemos oponernos al bien de cualquier parte que venga, sino procurarlo”[2]. Hay que estar abiertos al bien que puede hacer un familiar, un vecino, un compañero. No subestimemos a nadie, ni seamos envidiosos, sino que, como Moisés, alegrémonos del bien que Dios puede hacer a través de cualquiera[3].
Dios puede realizar maravillas y ayudarnos a través de un niño, de un adolescente, de un joven, de un adulto, de un anciano. Puede hacerlo por medio de papá, de mamá, de un hijo, de la pareja, de un amigo, de un compañero. Puede hacerlo a través de alguien sin preparación, sin recursos y necesitado. Puede hacerlo, incluso, mediante aquellos que, según nuestras categorías, no están cerca de él.
Reconozcámoslo. Así podremos darnos cuenta de lo mucho que perdemos cuando defraudamos a los demás o somos indiferentes a sus necesidades[4]. Entonces seremos capaces de tomar la decisión correcta: quitar de nosotros aquellas actitudes, vicios, costumbres o malas compañías que nos dañan a nosotros y a los que nos rodean.
Hagámoslo con la ayuda que Dios nos da a través de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía, de la oración, y de las personas. Él nos transmitirá la fuerza de su amor para liberarnos de la soberbia[5], y así, saber reconocer, valorar, aprovechar y promover cualquier gesto e iniciativa de bien, venga de donde venga.
+Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. Ángelus, 30 de septiembre de 2018.
[2] In Marcum, 3, 39.
[3] Cf. 1ª Lectura: Nm 11, 25-29.
[4] Cf. 2ª Lectura: St 5, 1-6.
[5] Cf. Sal 18.