El segundo hijo se arrepintió y fue (cf. Mt 21, 28-32)
…
Dios, que nos ha creado, nos ama. Por eso envió a Jesús para que nos rescatara de nuestro pecado, nos compartiera su Espíritu, nos hiciera hijos suyos y nos mostrara el camino para unirnos a él y ser felices por siempre: vivir como nos enseña y trabajar como nos pide, en casa, en nuestros ambientes y en el mundo.
¿Qué le respondemos? Eso es lo que Jesús nos invita a examinar a través de la parábola de los dos hijos a los que el padre les pide trabajar en su viña. Así, al igual que hizo con los sumos sacerdotes y los ancianos, nos propone juzgarnos a nosotros mismos, como explica san Jerónimo[1]. Lo hace, porque es bondadoso y nos indica el camino[2].
¿Somos como el hijo que respondió “sí”, pero no hizo lo que el padre le pedía? Éste, como señala el Papa: “contradijo el decir con el hacer”[3]. Eso sucede cuando conocemos la Palabra de Dios, vamos a Misa y rezamos, pero no estamos dispuestos a ser coherentes, a comprender a los demás, a ser pacientes, solidarios y serviciales, a perdonarlos y a pedirles perdón. Esa era la situación de los sumos sacerdotes y los ancianos. “No estaban equivocados en el concepto –explica el Papa–, sino en el modo de vivir y pensar”[4].
¿Somos como el hijo que respondió “no”, pero se arrepintió e hizo lo que el padre le pidió? Éste, dice san Jerónimo, enmendó con sus obras su rebeldía[5]. “La clave –recuerda el Papa– es arrepentirse… transformar un no a Dios… en un sí”[6]. Quien se arrepiente del mal que hizo y practica el bien, salva su vida[7]. Y practicar el bien es hacer lo que Dios nos pide: tener los sentimientos de Cristo, y buscar el interés de los demás[8].
Así supo hacerlo san Agustín, quien, habiendo sido educado desde pequeño en la fe, se alejó de Dios y comenzó a sentir vergüenza de no ser desvergonzado. “Anduve como despedazado –escribe– mientras lejos de ti vivía en la vanidad”[9]. Hasta que, guiado por el obispo san Ambrosio, descubrió la verdadera fe católica.
Entonces, tras muchas luchas interiores, le dijo “sí” a Dios, al que antes le había dicho “no”. “Tenía mayor poder sobre mí lo malo acostumbrado que lo bueno desusado”, reconoce. Pero confiando en la ayuda de Dios, decidió: “¿por qué no poner fin ahora mismo a todas mis maldades?”[10].
Unidos a Dios, construyamos la familia, la Iglesia y la sociedad que él quiere y todos soñamos. Si hasta ahora no lo hemos hecho, no nos quedemos estancados. Salgamos adelante, sabiendo escuchar, examinarnos, arrepentirnos y hacer el bien ¡Así escribiremos una nueva historia!
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
__________________________________
[1] En Catena Aurea, 5128.
[2] Cf. Sal 24.
[3] Homilía, 1 de octubre 2017.
[4] Ídem.
[5] Catena Aurea, 5128.
[6] Homilía, 1 de octubre 2017.
[7] Cf. 1ª Lectura: Ez 18, 25-28.
[8] Cf. 2ª Lectura: Flp 2,1-11.
[9] Confesiones, L II, III, 1; L III, VIII, 4.
[10] Ibíd., L VIII, XI, 1-3; XII, 1.