Si alguno quiere ser el primero, que sea el siervo de todos (cf. Mc 9, 30-37)
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“Tienes que salir”, le dijeron a Rick Rescorla, que había logrado salvar a más de dos mil personas tras el ataque a las Torres Gemelas. Él respondió: “Debo asegurarme que todos estén a salvo”.
Fue visto por última vez en el piso 10, antes de que la Torre Sur se derrumbara. “Podría haber salido –comenta una testigo–. Pero eligió volver a subir”[1].
Will Jimeno, migrante colombiano, estaba ayudando a evacuar la Torre Norte, cuando ésta colapsó y quedó atrapado y malherido. Pensó que no volvería a ver a su hija de 4 años y que no conocería al bebé que su esposa esperaba. Pero dos ex marines y un ex paramédico, que decidieron ir a ayudar al ver en los noticiaros lo que estaba sucediendo, bajaron varios metros por entre los escombros para rescatarlo[2].
¿Qué motivó a esas personas a arriesgar su vida para salvar a otros que ni siquiera conocían, como lo han hecho en esta pandemia el personal sanitario y muchos voluntarios? La conciencia de que todos somos importantes. ¡Eso es lo que enseña Jesús! Él mismo lo arriesgó todo para rescatarnos de los escombros del pecado y unirnos a Dios, que nos hace felices por siempre. No se detuvo ante la humillación, la tortura y la muerte a que lo sometieron aquellos que, creyéndose los primeros, sentían que les hacía sombra[3], sino que, muriendo y resucitando hizo triunfar el bien y la vida.
Así nos enseña a vencer una de las peores tentaciones: sentir que somos más importantes que los demás; que los papás, la pareja, los hijos y los que nos rodean están para servirnos. Y eso nos pasa desde pequeños, como reconoce san Agustín al recordar su infancia: “me indignaba de que mis mayores no se me sometieran… y llorando me vengaba de ellos”[4].
Eso es un berrinche. Algo que hacemos niños, jóvenes y adultos para presionar a los demás a que hagan lo que queremos. También la seducción, el chantaje, la manipulación, el engaño, el bullying, las trampas y la violencia son intentos de someter a los otros. Pero eso, que es fruto de nuestras malas pasiones, nos daña a nosotros y a los demás, porque provoca injusticias, problemas y pleitos en casa, en la escuela, en el trabajo y en el mundo[5].
Sin embargo, Jesús nos hace ver que las cosas pueden ser diferentes; que el amor hace posible que todo mejore en nosotros, en casa y en el mundo, porque nos permite comprender que todos somos importantes, y que la auténtica grandeza es, como dice el Papa: “servir a los demás, no servirse de los demás”[6].
Todos somos importantes, porque somos imagen y semejanza de Dios. Lo somos desde el momento de la concepción, en las buenas y en las malas, con nuestros aciertos y nuestros errores. Lo somos nosotros, y también la pareja, la familia, los compañeros, e incluso los que parecen insignificantes a los ojos del mundo. Si lo comprendemos, sabremos echarles la mano para ayudarlos a vivir con dignidad, realizarse, encontrar a Dios y ser felices.
Y si nos asecha la tentación de sentirnos más importantes que los otros, acudamos a Dios[7]. Él, a través de su Palabra, de la Liturgia, de la Eucaristía y de la oración, nos dará la fuerza de su amor para ubicarnos, y amar y servir. Así estaremos en paz, ayudaremos a construir una familia y un mundo mejor, y alcanzaremos la eternidad[8].
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. National Geographic, 11-S: Testigos de la Tragedia.
[2] Ídem.
[3] Cf. 1ª Lectura: Sb 2, 12.17-20.
[4] Confesiones, I, 6,2.
[5] Cf. 2ª Lectura: St 3,16-4,3.
[6] Cf. Homilía en la Misa celebrada en la Plaza de la Revolución, La Habana, Domingo 20 de septiembre de 2015.
[7] Cf. Sal 53.
[8] Cf. Aclamación: 2 Tes 2, 14.