Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios(cf. Mt 22, 15-21)
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Cuentan que en una ocasión Napoleón Bonaparte pidió al cochero –llamado César– que le dejara llevar las riendas. Pero apenas tiró de ellas, los caballos salieron a todo galope y chocaron contra una reja. Entonces Bonaparte exclamó: “Es sabido que hay que dar al César lo que es del César… que el cochero César siga tirando de las riendas”.
Esta anécdota nos ayuda a comprender la importancia de dar a cada quien su lugar en el viaje de la vida personal, matrimonial, familiar y social. Y nadie mejor que Dios para conducirnos hacia el auténtico progreso y la felicidad eterna. Por eso Jesús nos dice: “Den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.
Sin embargo, hay quienes manipulan esta frase para excluir a Dios de la vida pública, obligando a los creyentes a relegar su fe a la intimidad personal, sin influencia alguna en la vida social[1]. Esto ha provocado que muchos no encuentren sentido a la vida y no vean más futuro que el momento presente; ha incentivado un desarrollo científico, político y económico, al que solo le interesa saber cómo funcionan las cosas y las personas para descubrir qué botón accionar a fin de obtener lo que buscan, sin preguntarse por la causa que lo origina todo, ni su porqué, ni su para qué.
Así se ha llegado a pensar que se vale hacer aquello que sea técnicamente posible, sin importar las consecuencias en las personas y en el medioambiente; que se vale usar a la gente y descartarla, sumiéndola en soledad, injusticia, pobreza, corrupción, contaminación, violencia y muerte.
Ante esos seductores que ponen trampas para su beneficio, Jesús, como explica el Papa, nos hace ver que es justo que nos sintamos plenamente ciudadanos del Estado –con derechos y deberes–; y al mismo tiempo, que nos demos cuenta que Dios, creador de cuanto existe, es Señor de todas las cosas, por lo que debemos comprometernos concretamente con la familia y la sociedad, iluminándolas con la luz que viene de Dios[2].
“Fuera de mí no hay Dios”, dice el Señor a Ciro, revelándole que es él quien le ha dado poder[3] ¡Todo viene de Dios, que gobierna con inteligencia y amor todas las cosas[4]! Comprendiéndolo, démosle lo que le corresponde, uniéndonos a él a través de su Palabra, de la liturgia –sobre todo de la Eucaristía– y de la oración, y viviendo como enseña; amando y haciendo el bien, conscientes de que, como decía san Agustín: “si el César busca su imagen en la moneda, ¿no ha de buscarla Dios en nosotros, a quienes hizo imagen suya[5]?”
Por eso, urge ayudar a que todos tengamos las cosas claras, iluminando al mundo con la luz del Evangelio, reflejada en nuestras vidas[6] ¡Esa es la misión que Jesús nos ha confiado! ¿Cómo hacerlo? Procurando que la fe se manifieste en nuestras obras, perseverando, a pesar de las dificultades, fiados en la esperanza de vida plena y eterna que nos da Jesús[7].
A esto nos anima el Domingo Mundial de las Misiones, que hoy celebramos, y en el cual, como dice el Papa, en medio de la pandemia que nos aqueja, resuena la voz del Señor que, frente a tantas necesidades, pregunta: “¿A quién enviaré?”. Seamos generosos, y con nuestra oración, con nuestra vida y con nuestra ayuda económica, respondamos a su amor con amor, diciéndole: “¡Aquí estoy, mándame a mí!” [8]
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. Evangelii gaudium, 183.
[2] Cf. Ángelus, 22 de octubre 2020.
[3] Cf. 1ª Lectura: Is 45, 1.4-6.
[4] Cf. Sal 95.
[5] Sermón 229 V.
[6] Cf. Aclamación: Flp 2, 15.16.
[7] Cf. 2ª Lectura: 1 Tes 1,1-5.
[8] Cf. Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2020.