Habrá gran alegría en el cielo por un solo pecador que se arrepiente
(cf. Lc 15,1-10)
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“Doña Perfecta”, que en el cine fue interpretada por Dolores del Río, parecía una mujer piadosa, amable y buena. Pero en realidad, como describe Benito Pérez Galdós, autor de la novela, no sabemos cómo hubiera sido amando. Aborreciendo era guardiana de la discordia.“Se había labrado una corteza, un forro de piedra, insensible, encerrándose dentro como el caracol… tenía un carácter duro y sin bondad… en vez de nutrirse de la conciencia y de la verdad revelada… busca su savia en fórmulas estrechas”[1].
A veces somos así. Nos sentimos perfectos. Por eso, cuando alguien falla, en lugar de actuar como Dios enseña y echarle la mano para que se levante, lo rechazamos. Y no solo eso, sino que hasta hablamos mal: “Mira a tu mamá, siempre la riega”. “Todo lo haces mal, igualito a tu papá”. “Ese es una basura. No tiene remedio. No se merece nada”.
Esa era la actitud de los escribas y de los fariseos, que, como explica san Gregorio, ignorando que estaban enfermos, despreciaban a los demás[2]. Por eso no podían entender que Jesús se acercara a los pecadores. Les parecía incorrecto que un hombre de Dios lo hiciera. Y hasta lo criticaban.
Pero Jesús, que siendo Dios se hizo uno de nosotros para salvarnos[3], les echó la mano; a través de unas parábolas trató de hacerles ver que el Creador es misericordioso, para que aprendieran a amar como él[4]. ¡Esa es la verdadera perfección!
Dios nos ama y se preocupa por nosotros. Por eso, habiéndonos creado a imagen suya, al ver que nos extraviamos a causa del pecado, se puso en nuestra búsqueda en Jesús, quien, intercediendo por nosotros, como hizo Moisés por su pueblo[5], lo dio todo para llevarnos al Padre, en quien somos felices por siempre.
“Tú –comenta el Papa– eres esa pequeña moneda que el Señor no se resigna a perder y busca sin cesar: quiere decirte que eres precioso a sus ojos, que eres único. Nadie puede reemplazarte en el corazón de Dios”[6]. No tengas miedo. A pesar de haber perdido el rumbo, déjate encontrar por él a través su Palabra, de la Eucaristía, de la Liturgia, de la oración y del prójimo.
Así, experimentando su amor que purifica[7], serás capaz de amar a los demás; de interesarte por ellos, de hacer tuyas sus caídas y de tenderles la mano para ayudarles a recuperar la dignidad perdida y seguir adelante, hasta llegar a la meta: la fiesta del encuentro definitivo con Dios.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. cervantesvirtual.com., cap. XXXI, p. 302.
[2] Cf. In Evang, hom. 34.
[3] Cf. 2ª Lectura: 1 Tim 1,12-17.
[4] Cf. Aclamación: 2 Cor 5,19.
[5] Cf. 1ª Lectura: Ex 32,7-11.13-14.
[6] Ángelus, 15 de septiembre de 2019.
[7] Cf. Sal 50.