El que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío (cf. Lc 14,25-33)
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“Enséñanos a ver lo que es la vida y seremos sensatos”[1] ¡Qué gran oración! Porque nada es más importante que descubrir qué sentido tiene la existencia y cómo vivirla para alcanzar una felicidad que jamás termine.
Pero, ¿porqué dirigimos esta súplica a Dios? Por que iluminados por la fe vemos con claridad que solo él, autor, sostén y meta de todo, conoce plenamente cuanto existe. ¡Él es perfecto y la sabiduría misma! En cambio, nosotros, que somos imperfectos, con dificultad conocemos las cosas[2].
¿Y saben qué? Que Dios nos responde enviándonos a Jesús, que se ha hecho uno de nosotros para liberarnos del pecado, darnos su Espíritu y unirnos al Padre, que hace la vida por siempre feliz. Él, que entregó su vida para mejorar la nuestra, nos enseña que la vida es un regalo divino, que debemos llevar a plenitud, amando y haciendo el bien.
Por eso nos invita a seguirlo por el camino del amor, lo que implica dejarnos amar por él, que es el mismísimo amor, para amarlo de verdad y así poder amar auténticamente a la familia, a los amigos, a los demás y a nosotros mismos. Porque cuando anteponemos alguien a Jesús, terminamos amando a los que nos rodean, no por lo que son, sino por lo que recibimos de ellos.
Darle la prioridad a Jesús significa cargar nuestra cruz, es decir, entrarle al reto de amar como él, que lo dio todo para mejorar la vida de todos, dispuestos, como explica san Gregorio, a liberarnos de nuestros apegos y a cargar con las necesidades del prójimo[3].
Sin duda, esto no es fácil. Sobre todo cuando en casa la relación es tensa. Cuando en la escuela o el trabajo tratamos con gente difícil. Cuando hay que sacrificar nuestro tiempo, nuestros gustos y nuestras cosas por alguien que nos necesita. Cuando, como señala el Papa, hay que vencer la tentación de identificar el Reino de los Cielos con los propios intereses o con una ideología[4].
Jesús nos invita a ser libres, a quitarnos aquellos apegos que no nos permiten levantar vuelo hacia el cielo. Nos pide ayudar a construir una familia y un mundo que reconozca, valore, respete, promueva y defienda a todas las personas, especialmente a quienes más lo necesitan, como hizo san Pablo con Onésimo[5].
¡Eso es lo que debemos hacer para edificar nuestra vida! Sin embargo, quizá sintamos que nos falta mucho amor para amar. No desesperemos. Dios, que nos mira con bondad[6], está dispuesto a compartirnos su Espíritu de Amor a través de su Palabra, de la Eucaristía, de la Liturgia, de la oración y del prójimo, para que, siendo sensatos, nos decidamos a seguir a Jesús por el camino que le da sentido a la vida y la hace plena y eterna: el amor.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. Sal 89.
[2] Cf. 1ª Lectura: Sb 9,13-19.
[3] Cf. En Catena Aurea, 10425.
[4] Cf. Misa en el Campo diocesano de Soamandrakizay, Antananarivo, Domingo, 8 de septiembre de 2019.
[5] Cf. 2ª Lectura: Flm 9,10.12-17.
[6] Cf. Aclamación: Lc 14, 25-33.