Si tu hermano te escucha, lo habrás salvado (cf. Mt 18,15-20)
…
Todos cometemos errores, que siempre tienen alguna consecuencia. Y a veces lo hacemos sin darnos cuenta. Por eso, ¡cómo nos ayuda que nos lo hagan ver para corregirnos! Sin embargo, con frecuencia, ante los errores de los demás, para no meternos en líos, decimos: “cada quien su vida”. Pero, ¡cuidado! Porque eso deja ver que nos hemos contagiado de un virus peor que el coronavirus: el individualismo egoísta, que nos hace indiferentes hacia los demás y abandonarlos a su suerte.
Qué distinto es Dios, que al ver el lío que nos provocamos al desconfiar de él y pecar, con lo que abrimos las puertas del mundo al mal y la muerte, no dijo: “es su problema” ¡Al contario! Se hizo uno de nosotros en Jesús para, amando hasta dar la vida, rescatarnos del pecado, reunirnos en su Iglesia, compartirnos su Espíritu y hacernos hijos suyos[1]. Así nos enseña que la única manera de participar de su vida por siempre feliz es amar y echarle la mano a los demás.
Por eso, como al profeta Ezequiel, nos dice: “te he constituido centinela”[2]. Un centinela es alguien que cuida, que protege, que alerta del peligro ¡Eso hace el que corrige! No se trata de “morder”, como explica san Agustín[3], sino de ayudar al otro a mejorar, con amor Ese amor que, como explica el Papa: “es como una anestesia que ayuda a recibir la cura y a aceptar la corrección”[4].
“Quien ama a su prójimo –dice san Pablo– no le causa daño a nadie”[5]. Si descubrimos que un familiar, un amigo, un compañero o alguien está equivocando su camino y no le decimos nada, le hacemos daño. Y eso no es amor. Pero si al corregir lo hacemos hiriendo, también le causamos daño. Y eso tampoco es amor. Nunca corrijamos enojados, con coraje, con ganas de desquitarnos, porque vamos a lastimar.
Seamos delicados al corregir. Primero informémonos bien, no sea que reprendamos equivocadamente. Pidamos a Dios que nos ilumine. Busquemos las mejores palabras y el momento más oportuno. Hagámoslo en privado, con respeto y amabilidad. De lo contrario, el otro se sentirá agredido, se cerrará, y ya no podremos ayudarle. Por eso dice san Agustín: “Debemos corregir con amor: no deseando dañar, sino buscando la enmienda”[6].
Pero, ¿qué hacer si el otro sigue igual? No cerrar el corazón[7]. Buscar con prudencia a otros que le puedan echar la mano; un amigo o alguien al que le tenga confianza. Y si ni esto resulta, pidamos juntos a Dios por él, como hizo santa Mónica por su hijo san Agustín, quien luego pudo confesar al Señor: “sacaste mi alma de una profundidad tan oscura… habiendo mi madre derramado delante de ti lágrimas por mí” [8].
Preocupémonos por los demás. No olvidemos que un mundo diferente no se construye con gente indiferente[9]. Ayudémonos mutuamente, con amor. Que nuestra Madre, Refugio de los pecadores, nos obtenga de su Hijo la valentía de hacerlo así, teniendo presente aquello que decía san Agustín: “hagamos juntos el bien en el campo del Señor, para disfrutar juntos de su recompensa” [10].
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
______________________________
[1] Cf. Aclamación: 2 Cor 5,19.
[2] Cf. 1ª Lectura: Ez 33,7-9.
[3] Cf. Sermones, 82,1,4.
[4] Cf. Homilía del 12 de septiembre de 2014 en Santa Marta.
[5] Cf. 2ª Lectura: Rm 13,8-10.
[6] Sermón 82, 4.
[7] Cf. Sal 94.
[8] Confesiones, Libro III, XI, 19.
[9] Cf. The Stars and Stripes, Hash Marks, 1944 January 11, Quote Page 2, Column 2, London, Middlesex, England. (NewspaperArchive), en https://quoteinvestigator.com/2014/07/30/different/.
[10] Sermón 82, 4.