El que se humilla será enaltecido (cf. Lc 14,1.7-14)
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Nunca falta gente que se mete en la fila, que quiere llegar primero pasando por encima de los demás y hasta quitándoles su lugar. Tampoco falta gente que solo ayuda si va a tener una ganancia.Esto, como dice el Papa: “arruina la fraternidad”[1]. Es señal de que algo no anda bien. Porque como advierte san Agustín: “la soberbia no es grandeza, sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande, pero no está sano”[2].
El egoísmo provoca mucho mal, y acarrea la desgracia de una vida vacía y la condenación eterna[3]. Por eso Jesús, a quien el Padre, creador de todas las cosas, envió para que hecho uno de nosotros y amando hasta dar la vida nos rescatara del pecado, nos compartiera su Espíritu de amor, nos convocara en su cuerpo, la Iglesia, y nos hiciera hijos de Dios, nos ayuda a vencer esas dos tentaciones que obstaculizan nuestro camino para alcanzar lo que él nos ofrece: ponernos en primer lugar, y hacer las cosas por conveniencia.
Cuando creemos que nada es más importante que lo que nosotros sentimos, pensamos, necesitamos y queremos, terminamos agandallando; sacamos ventaja sin miramientos, pasando por encima de la familia y de los que nos rodean. Con eso, además de perjudicarlos, nos dañamos a nosotros mismos. Porque aunque de momento nos salgamos con la nuestra, al favorecer un ambiente abusivo, provocamos que tarde o temprano alguien nos haga quedar en último lugar.
Por eso Jesús nos enseña a ubicarnos y pensar también en los demás; en lo que sienten, piensan, sufren, desean y necesitan, y echarles la mano. Así lo pide cuando, después de aconsejarnos buscar el último lugar, nos dice que debemos convidar a los que más lo necesitan. Y estos, como señala Orígenes, son los pobres, para promoverlos; los lisiados espiritualmente, para curarlos; los cojos que se apartan de la recta razón, para que enderecen sus caminos; los ciegos que no ven la verdad, para que puedan mirarla[4].
“No hagamos beneficios a otros en la confianza de que nos lo paguen –exhorta san Juan Crisóstomo–… No nos turbemos cuando no recibamos el pago de nuestros beneficios… si los hombres no nos pagan, Dios nos lo pagará”[5].
Con esta seguridad, participemos a los que nos rodean del banquete al que nos ha invitado Dios en su Iglesia, a través de su Palabra, de la Eucaristía, de la Liturgia, de la oración y del prójimo. Hagámoslo sin sentirnos superiores, como aconseja san Beda[6], y venciendo aquella actitud de la que nos previene el Papa: “Yo te hago este favor esperando que me hagas otro. No, esto no es cristiano. La humilde generosidad es cristiana”[7].
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Ángelus 1 de septiembre 2019.
[2] Serm. 16 de tempore.
[3] Cf. 1ª Lectura: Eclo 3,17-18.20.28-29.
[4] Cf. Vel Geometer, in Cat. graec. Patr.
[5] Hom. 1 in Ep. ad Col.
[6] Cf. Catena Aurea, 10407.
[7] Ángelus 1 de septiembre 2019.

