El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo
(cf. Mt 16,21-27)
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A veces creemos que lo sabemos todo y que nuestra manera de hacer las cosas es la mejor. Como el borracho que va a una cantina y le dice al cantinero: “Dame una botella de tequila”. Se la toma y le dice: “Dame media botella”. Se la toma y le dice: “Dame un vaso”. Se lo toma y le dice: “Dame medio vaso”. Se lo toma y dice: “No lo entiendo; entre menos tomo, más borracho me pongo”.
Algo así le pasó a Pedro; comenzó bien: sintiéndose escuchado por Jesús, tuvo confianza y se abrió al Padre; lo escuchó y así descubrió que Jesús ha venido a rescatarnos del pecado y unirnos a Dios. Pero cuando Jesús explicó que para eso tenía que amar hasta dar la vida, trató de convencerlo de que no lo hiciera.
Sin duda Pedro tenía buena intención; quería mucho a Jesús y lo había reconocido como el Salvador. Pero creyó que sus ideas eran mejores. ¿Qué le pasó? Que se dejó engañar. Y Jesús, que como dice san Hilario, conoce el origen de las intrigas[1], le hizo ver que el demonio lo estaba confundiendo.
¡Cuántas veces nos pasa igual! Reconocemos a Jesús y tratamos de estar con él. Pero cuando hay que amar de verdad, nos dejamos enredar por el demonio, que nos hace creer que para salir adelante hay que seguir otros criterios: “Piensa primero ti”. “Dale a tu cuerpo lo que pida”. “Es mejor ser amado que amar”. “A la pareja, ni todo el amor, ni todo el dinero”. “El que no tranza, no avanza”.
¿Cuál es el truco del diablo? Mostrarnos una parte de la realidad y hacernos creer que eso es todo. Pero Jesús lo desenmascara haciéndonos ver la totalidad del recorrido, que culmina en el encuentro definitivo con Dios, en quien alcanzamos la felicidad que tanto buscamos[2]. ¿Y qué camino lleva a él? El amor.
Por eso Jesús nos pide salir de la prisión del egoísmo, amar y hacer el bien, y seguirlo hasta la meta: la felicidad, que, como explica el Papa: “se encuentra cuando el amor… nos cambia”[3].
El amor verdadero nos transforma[4]. Nos da una fuerza extraordinaria que no puede contenerse[5]. Una fuerza que nos convierte en alguien mejor, capaz de esforzarse para mejorar la vida de su familia y de los demás. Que Dios nos ayude a tener la valentía de ser de esos.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
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[1] Cf. In Matthaeum, 16.
[2] Cf. Sal 62.
[3] Ángelus, 16 de septiembre 2018.
[4] Cf. 2ª Lectura: Rm 12, 1-2.
[5] Cf. 1ª Lectura: Jer 20, 7-9.