Tu eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia (cf. Mt 16, 13-20)
…
Dios, de quien todo proviene y a quien todo se dirige[1], ha venido a nuestro encuentro haciéndose uno de nosotros en Jesús. Lo ha hecho porque nos ama y se interesa por nosotros. Así lo demuestra Jesús al preguntar a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?”.
Él nos enseña que quien ha tenido la dicha de encontrarlo, debe ir al encuentro de los demás. Porque, como dice el Papa, sin saber lo que la gente piensa, terminamos aislándonos y juzgando a los que nos rodean[2].
¿Sabemos qué sienten, qué piensan y qué están viviendo la esposa, el esposo, los hijos, los papás, los hermanos, la novia, el novio, los amigos, los vecinos, los compañeros, los que tratan con nosotros y los más necesitados? ¿Percibimos lo que nos dicen a través de sus palabras, de su mirada, de sus gestos y de sus silencios? ¿Nos interesa hacerlo?
Los discípulos, que habían aprendido de Jesús, con sus respuestas, demostraron que estaban abiertos; que habían salido al encuentro de la gente. Entonces, él les lanzó otra pregunta: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”.
También nos lo pregunta a nosotros. Así nos invita a encontrarnos con nosotros mismos y ver qué hay en nuestro corazón; a descubrir qué sentimos, qué pensamos, qué creemos y qué esperamos.
¿Quién es Jesús para mí? ¿Qué significa en mi vida? La respuesta es vital, porque de ella depende la manera en que comprenda a Dios, en que me comprenda a mí mismo, a los demás, al mundo, la vida y la orientación que le dé a mi existencia.
Si estamos abiertos y sabemos encontrarnos con los demás y con nosotros mismos, entonces seremos capaces de dejarnos encontrar por Dios y recibir la luz de su Espíritu que nos ayuda a decir con Pedro: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”.
¡Sí!, Jesús es Dios, que se ha hecho uno de nosotros para, con el poder del amor, amando hasta dar la vida, liberarnos del pecado, compartirnos su Espíritu y unirnos al Padre, que nos hace felices para siempre.
Esa es la fe sobre la cual se edifica la Iglesia, como explica san Juan Crisóstomo[3]. Esa Iglesia, cuerpo de Cristo, en la que nos unimos a Dios y nos hacemos hijos suyos, hermanos unos de otros. Y aunque los que la formemos tengamos defectos y tentaciones, y en el mundo enfrentemos penas y problemas, “los poderes del infierno no prevalecerán sobre ella”, porque el amor, que en definitiva es Dios, triunfa eternamente[4].
Con esta confianza, dejémonos guiar por el Papa, sucesor de Pedro, a quien Dios le ha confiado llevarnos al encuentro con él[5], por el camino del amor. Y amando y haciendo el bien, compartamos con todos nuestra fe en Jesús, el Hijo de Dios, nuestro salvador, conscientes de que de eso depende el presente y el futuro de la humanidad.
+Eugenio Lira Rugarcía
Obispo de Matamoros
__________________________________________
[1] Cf. 2ª Lectura: Rm 11,33-36.
[2] Cf. Homilía, 10 de noviembre de 2015.
[3] Cf. Homiliae in Matthaeum, hom. 54,2.
[4] Cf. Sal 137.
[5] Cf. 1ª Lectura: Is 22,19-23.